
Imagina una versión
atolondrada y ultraviolenta de Watchmen dirigida por Shane Black y puede que te
hagas una idea del tono que te puedes encontrar en la serie fantástica más
cafre del año. Desviándose algo del material original, esta adaptación de los cómics
de Garth Ennis es leal a su espíritu macarra, pero también al férreo ritmo del
autor y su concepción del cómic como narración casi cinematográfica.
Puede que estemos viviendo el momento más grande del cine de
superhéroes en la historia del cine. Desde principios de 2010, los proyectos más
grandes, principalmente de la factoría Marvel y DC han servido de sombrilla
para que otros proyectos más arriesgados, paródicos y reflexivos vayan
surgiendo como retrato de Dorian Gray del gigante, mostrando el lado más oscuro
de los mitos del entretenimiento contemporáneo. Así, no nos es extraño ver
productos de humor extremo como Deadpool (2016) que sirve como contrapunto
cómico dentro del propio universo de Marvel. Mientras, DC ha visto mancillada a
su figura estandarte, Superman, en la endemoniada revisión de sus orígenes de
la mano de James Gunn. En Brightburn (2019) tenemos una mirada
temible al mismo concepto del héroe con poderes. ¿Acaso no puede uno de esos superhombres
tener la capacidad de hacer lo que le apetezca, matando a los inofensivos
humanos como hormigas?
The Boys recoge parte de ese dilema, especialmente de sus
partes más macabras y perturbadoras, y lo conecta con el espíritu de ficción
cómica de Deadpool, quedando un
híbrido lleno de acción, sangre, violencia y sátira misántropa que conecta
totalmente con el espíritu del autor del tebeo. Si bien la serie no sigue al
punto las viñetas de Garth Ennis, sí que se empapa del odio del irlandés por
los apolos en mallas y capas. Si en su etapa en The Punisher ya aprovechó la oportunidad para ejercer de terrorista
desde dentro —todos los héroes de la casa invitados a su serie acababan de la
forma más ridícula posible— con su serie The
Boys directamente imaginó a los superhéroes como una institución decadente,
cruel y ávida de poder, sexo y drogas.

La serie respeta el punto de partida y sus personajes
principales, un “Grupo Salvaje” de vigilantes que tratan de desenmascarar y acabar
con los héroes de la malévola compañía Vought American. Sin embargo, aunque los
cómics sirvieran de presagio para la situación del entretenimiento del mundo
actual, el mayor punto a favor de esta adaptación es su perfecta sincronización
con el momento en el que vivimos. No son pocos los dardos envenenados a Marvel,
simbolizada en una megacorporación empresarial que utiliza a sus superhéroes
como aparato de marketing de otros productos, y aunque resulte paradójico
viniendo de una multinacional como Amazon, la creación de permite lanzar la
bilis hacia arriba, aunque toque al que pone la pasta. Las sátiras no caen en
contradicciones porque sus creadores no tienen nada que esconder.
Y así hace The Boys
que, aunque deje clara su postura frente al panorama de cine juvenil de Disney
y Warner, centra sus esfuerzos en lograr una historia que tenga más entidad que
la gracia facilona o el espectáculo de sangre y degeneración para provocar. Y
es que para entender a Garth Ennis no hace falta trasladar sus historias al pie
de la letra, ni centrarse en sus exabruptos de mal gusto, como hace la penosa
adaptación de Preacher (2016-2019), sino en tener claro que Ennis, ante todo,
es un gran narrador secuencial. El ritmo que imprime a sus páginas hace que sus
lecturas vuelen y su capacidad para definir buenos personajes le convierten en
uno de los mejores guionistas del medio. Y aunque The Boys no logre clavar esa capacidad durante sus ocho episodios
—hay un pequeño valle en un par de ellos— sí que puede postularse como la
visión de su estilo más ajustada en el medio audiovisual (si no contamos con el
cine de Shane Black, claro).

En sus momentos menos brillantes se pueden intuir que en propio
material de origen no está entre lo mejor de su autor, pese a su popularidad,
pero en general logra incluso mejorar aquellos con un planteamiento de comedia
negra y drama que se apoya en grandes actores. Tanto Karl Urban como Billy Butcher,
un auténtico antihéroe de película de acción de los 80-90, y Jack Quaid como
Hughie, un perdedor que va componiendo a su personaje con más naturalidad que
el propio cómic, hacen una pareja que engancha. Un detalle gracioso es que el
padre de Hughie está interpretado por Simon Pegg, que fue la inspiración real
para el personaje en papel. También destaca la interpretación entre vulnerable y
temible de Erin Moriarty, que representa con convicción a la superheroína ingenua
dentro de una pecera de pirañas que es Starlight, una perfecta representación
del utilitarismo, en todos los sentidos, de la figura femenina en el género,
tanto en papel como en cine.
Aunque el arco desarrollado no es tan urgente como podría
haberse deseado, la atención a los personajes hace que a brújula de los
episodios siempre miren al norte, aunque estén plagados de escenas y sean en
cierta forma como capítulos bien definidos en sí mismos, consigue que las
acciones siempre tengan reacción y que ningún detalle sea irrelevante, con lo
que la inversión emocional acaba siendo en parte agotadora —por su concepción
de macropelícula— y en parte gratificante cuando vemos distintas escalas de
grises e inversión en miembros “menores”, de forma que queda un fresco coral,
más que seguir el punto de vista de Hughie exclusivamente. Tampoco se deja
atrás la mirada a los superhéroes y su estructura, a veces siguiendo a
Starlight, a veces desde los tejemanejes de la compañía, que ayuda a establecer
el universo en el que nos estamos moviendo. Otro detalle importante para definir
porqué la actitud de la serie es la correcta es su uso de clásicos del punk.
Desde peleas con London Calling de The Clash hasta The Dammed y Ramones al mejor
uso de una canción de Spice Girls nunca imaginado, su apartado musical es
fantástico.

Lo mejor que se puede decir de The Boys es que una vez
dentro, es fácil olvidarse de que es una narración consecuencia del zeitgeist
cultural; olvida hacer recordatorios constantes y deja carburar su propio
mundo, tratando de llegar al corazón de sus caras protagonistas sin dejar de ir
dando una de cal y tres de tripas —las explosiones de violencia son hilarantes
y grotescas—, logrando así un tono muy parecido al de la obra de su autor.
Ahora que se cumplen diez años de Watchmen (2009), puede entenderse
por qué aquella no acabó de funcionar entre el público. Digamos que la cinta de
Snyder se adelantó una década al momento en el que el mundo ya empieza a
mostrar los primeros signos de antipatía por la omnipresencia de los superhéroes.
The Boys recoge perfectamente ese
sentimiento en la víspera del estreno de la serie de HBO sobre la obra de
Moore, que promete un buen plomo de millones de dólares. La coda de esta
adaptación termina con un momento tremendamente oscuro y anticlimático, primo
hermano de la citada película de James Gunn y demuestra que un buen final no significa
tirar fuegos artificiales y que una reflexión de la figura del héroe en la
conciencia de la cultura popular no necesita de sesudas parrafadas con citas a
la mitología, sino lograr hacernos despertar y ver a través de nuestros ídolos
y su reflejo brillante, que lo que hay detrás a veces da miedo.
Jorge Loser