‘Scary Stories to Tell In the Dark’ (2019): la película frente a los clásicos libros de miedo


La adaptación de los relatos
contenidos en la serie Scary Stories to Tell in the Dark juega con la
calificación PG-13 para ofrecer una oscura versión del cine de terror juvenil,
hasta cierto punto fiel a su aspecto tenebroso y resoluciones siniestras, pero
también quiere ser una versión gótica de las pandillas tipo Stranger Things y
en el camino hay detalles perdidos en la translación. Analizamos cómo adapta
los relatos y algunas otras influencias que André Øvredal y Guillermo del Toro
han recogido en su estupenda película de terror clásico
. (SPOILERS en el texto)

Hay un millar de variantes posibles para una adaptación de
los relatos contenidos en los tres libros de Scary Stories to Tell in the Dark
de Alvin Schwartz. La única totalmente válida, empero, sería el formato de
colección de pequeños cortos, lo cual, además de inviable, podría ser algo
cansino, un poco como una especie de The ABCs of Death (2012) pero sin
muchos cambios de tono y temática, dado que la mayoría de los cuentos son
leyendas urbanas de inicio, nudo y desenlace fugaz, con codas clásicas de
historia de fantasmas. Por ello, no tiene sentido darle muchas vueltas a la
decisión de adaptar tan solo un pequeño puñado de las múltiples historias de
miedo que se incluyen en los tres volúmenes. Lo que sí se puede cuestionar, o
al menos debatir, es si la decisión de los cinco guionistas, incluido Guillermo
del Toro, para retratar los cuentos en pantalla ha sido la adecuada.

Y es que SSTTITD no es una adaptación per sé, sino más bien
una especie de homenaje a las historias y, en especial, a sus ilustraciones, a
modo de aventurilla juvenil con escenas de terror como platos principales que se
han basado en algunas las más recordadas. Un paso intermedio entre la
estructura intercalada de la película británica Ghost Stories (2017) y la
creación completamente nueva de Goosebumps (2015), con la que
comparte el mismo planteamiento inicial: un grupo de chavales que encuentra un
libro cuyas historias vuelven a la vida. Tal cual. Esta falta de originalidad
no es excesivamente molesta, pero, dado el material de partida, no había estado
de más darle una vuelta adicional a la idea, porque une dos conceptos
similares. Uno el de la operación nostálgica adaptando una serie de libros
míticos y otro el de la creación meta de historias de terror. Pero claro, no
podían dejar la oportunidad de conectar un producto de terror dirigido a
chavales con la tendencia de pandillas contra monstruos de los recientes éxitos
de Stranger
Things
(2016-) o It (2017).


Dice Andre Øvredal que SSTTITD es su forma de hacer una
película de Amblin y no le falta razón. La opción para interpretar unos libros
tabú, un grupo de libros prohibidos y temidos por padres y niños miedosos, se
han convertido aquí en un movimiento hacia la tendencia mainstream. Una condición quizá inevitable para verlos hechos
realidad con el apoyo de un estudio, para ser llevados a la pantalla con un
nivel de producción exquisito, por lo que no es tan sencillo lo uno sin lo otro.
El problema del ángulo elegido es que si bien IT y Stranger Things están
atrayendo a muchos chicos aún menores de edad, su público objetivo es el adulto
nostálgico, con lo que su calificación les permite mostrar toda clase de
atrocidades, como niños sin brazo en el primer caso o masas de gente
derritiéndose para formar un monstruo en el segundo. Lo más flagrante es que el
libro que hace tangibles los horrores se basa en los miedos de cada niño
condenado, de forma que se convierte en un Final Destination (2000) en el que
en vez de la muerte son los monstruos de Schwartz los que hacen las veces del
Freddy Krueger o el Pennywise de turno. Todo correcto, pero el problema es que
estamos en una calificación PG-13, con lo que los que se supone que no deberían
ver esa película ya la habían visto, con toda la sensación de inseguridad que
debería provocar la adaptación de los libros para niños más denunciados por
profesores o padres de todos los 80 y 90.


No significa que el terror de SSTTITD no sea intenso, que lo
es, pero da la impresión de llevar por debajo una red de seguridad que no se
acaba de retirar del todo en ningún momento. Efectivamente, el público objetivo
son los chicos de 11 a 13 años, pero los que hayan cumplido los 13 se pueden
meter en otra sala a ver 47 Meters Down: Uncaged (2019) con
muertos, sangre y ataques de tiburón bastante violentos para su calificación. A
su lado, la cinta de Øvredal se queda un poco escasa. Al menos, el recurso del
libro como una guillotina viviente hace que el grupo tenga que competir contra
el tiempo para descubrir el misterio detrás de todo, antes de que se escriba
una nueva historia en su libro (lo que significa que caen nuevas víctimas). Un argumento
tenso que permite al público entrar en la historia de forma orgánica,
especialmente por lo bien que introduce a los personajes desde un principio.

Si bien se pueden tener dudas sobre la opción elegida, una
vez aceptada, hay que rendirse ante el impecable trabajo con el grupo de niños,
haciendo una pandilla gamberra, de perdedores divertidos, fans del terror que
podrían acompañar al Sam Petrie de Salem’s Lot (1979) y que comienzan
su andadura en una previa a la noche de difuntos con gamberradas propias de los
amigos de Kenny & Company (1976) de Don Coscarelli o la pandilla de The
Halloween Tree
(1993) de Ray Bradbury. La ambientación en los 60 es
impecable y los engranajes de ese tipo de película de los ochenta y noventa,
tan funcionales como aquellas de su etapa, tanto que en ocasiones pueden
recordar a las adaptaciones para televisión de R.L. Stine o a episodios de Are
You Afraid of the Dark?
(1991-2000), con algunos toques de misterio de
Nancy Drew en la mezcla.

La adaptación de las historias

Los personajes y sus aventuras son el pegamento necesario,
pero ¿y las historias? Pues puede decirse que en general hay un trabajo
estupendo cuyo mayor lastre es la previsibilidad y la falta de sorpresas. Cada
historia aparece de improviso, sin nada o casi nada que nos indique que esos
personajes tenían esos miedos, lo cual, lejos de resultar molesto, conecta con
la idea de arbitrariedad de las antologías de Amicus, en las que un grupo de
personajes reunidos iba viviendo sus historias en un lugar común como una
cripta, un museo de cera o un tren, en donde les iba pasando algo a cada uno.
En el primer caso se adapta brevemente la historia El perro negro
brevemente, cuando uno de los personajes ve a un perro negro en una habitación
que antes no estaba en donde él la ve. No es una adaptación propiamente dicha
pero sí hay un toque consciente.


La primera aparición popular es la del espantapájaros
Harold, que, sin seguir especialmente las tramas del texto, se basa en el
concepto de hombre paja con piel humana y acaba convirtiendo a un chaval en
ello. La adecuación a la ilustración de Gammell es total y se le añaden
constantes cucarachas entrando y saliendo que le dan un aspecto aterrador, que
no desentonaría entre los espantapájaros de la película Scarecrows (1988). Cuando
convierte a Tommy es bastante macabro, pese a que hay algún plano de CGI un
poco defasado. EL momento de la película tiene como principal a lo Jeepers
Creepers 2
(2002) y la secuencia en los campos de maíz en su construcción
y consecuencia, pero también recuerda inevitablemente al episodio de Goosebumps The Scarecrow Walks at Midnight.


El siguiente en aparecer es el dedo gordo del pie en
el que un protagonista es perseguido por un muerto que busca su dedo del pie,
que acaba de forma inexplicable en el estofado de su cena. En este caso hay un
trabajo de imaginación por parte de los creadores, ya que el resucitado nunca
se llega a ver en las ilustraciones de Gammell, por lo que se arregla con un
maquillaje que le hace parecer más bien el fantasma del relato La
casa encantada
. Se nota bastante la mano de Øvredal en esta historia
particular, puesto que el plano del pie sin dedo es una reformulación de un momento
de The
Autopsy of Jane Doe
(2016). Lo gracioso es que sea Javier Botet quien
se meta dentro del mismo, ya que el chaval acaba tragado por la oscuridad en un
plano clavado al del final de REC
(2007) en la que era Manuel Vellés la que era arrastrada por el mismo actor
dentro del traje de niña de Medeiros (tampoco se diferencia mucho de esta). Si
que le da un aire más creepy que desaparezca debajo de la cama, al estilo de
los terrores infantiles más comunes que también están referenciados en algún
fragmento.


Pese a que ha sido presentado en tráilers y pósters, la
clásica leyenda urbana de The Red Spot, sobre una chica que tiene un nido de
arañas en el interior de un grano, está resuelta de forma bastante gráfica y
colorida, lo cual la hace competir con el momento grotesco de Urban
Legends: Bloody Mary
(2005) que ilustraba el mismo cuento popular con
CGI, no mucho peor, pero de forma más gore y letal. Aquí la protagonista acaba
en un hospital mental, pero luego se reinicia todo para que resulte menos
traumático.


Se puede decir claramente que el mejor momento de la
película es el tramo en el hospital mental. Ya solo por el emplazamiento, que
da pie a Øvredal para hacer un doble guiño que tiene su gracia, con esos
pasillos abandonados con una silla de ruedas desvencijada como el del dibujo de
Gammell en la dedicatoria del primer volumen, y además porque supone una recuperación
de la fundamental Session 9 (2001), en la que había algunas revelaciones
magnetofónicas de una paciente que tienen aquí una réplica acompañada, de
hecho, por un movimiento de oscuridad como el que acechaba a uno de los personajes
de la película de Brad Anderson. Aunque el momento estrella es la aparición de
la mujer pálida del relato The Dream, en un momento que debe
mucho a The Shining y sus pasillos asépticos con fantasmas al fondo.
Con una encarnación perfecta del ser al que vemos como se traga a un chico a
través de su barriga.


A la hora del final se mezclan algunas historias para dar forma
a una creación en cierto modo única y propia de la película. El Jangly Man es
un cadáver desmontable que junta sus extremidades y anda de forma muy extraña,
entre el Pretzel Jack de Channel Zero: The Dream Door (2018)—no
por casualidad es el mismo actor—, y la niña del The Exorcist (1974). Sin
embargo, la manera en la que aparece es deudora de dos leyendas Me
Tie Dough-ty Walker
, en la que un perro se queda mirando a una chimenea
hasta que cae una cabeza cercenada. Otra es Aarón Kelly’s Bones, cuya
ilustración mostraba a un hombre descarnado y en la que un cadáver resucitado
se caía hecho pedazos. What Do You Come For? También tenía
un ser despedazado cayendo por la chimenea, y en resumen, entre los tres
relatos hay un buen storyboard para
la forma en la que se desarrolla el momento en la película. El uso que le dan a
esta creación es algo así como el “monstruo final”, pese a que a la hora de la
verdad no acaba haciendo nada especialmente peligroso, ya que cuando ataca al
protagonista no tiene consecuencias.


Este signo de seguridad, que traiciona un poco el espíritu
de los relatos en general, tiene su mayor exponente en la adaptación final. Sin
haber sido comentada hasta ese momento, el clímax final aparece la historia The Haunted House, una de las más
célebres del libro por la pesadillesca adaptación de Stephen Gammell. Si bien
ese dibujo se intuye levemente en la historia The Big Toe, el fantasma del final, el que protagoniza la mayoría
de la trama de búsqueda, resulta ser un alma en busca de justicia, como el del
relato de Schawrtz, el problema, o la diferencia, es que es presentado como uno
de los clásicos fantasmas trágicos de Guillermo del Toro, y acaba resultando un
poco mermelada. De hecho, la visualización del espectro parece más basada en la
ilustración de Helquist para este relato, mientras que los fantasmas de, por
ejemplo, Crimson Peak (2015), parecen más basados en la de Gammell
irónicamente. La cosa, con una apertura a “revivir” a los amigos perdidos
supone una traición absoluta a la actitud horripilante de los libros, en los
que no se sabe demasiado bien dónde acaban los protagonistas de sus cuentos.


¿Adaptación de éxito o fracaso?

El resultado final es una ficción juvenil bastante ajustada
visualmente a lo que podría evocar la imaginería de Stephen Gammell aunque no
se atreve a ir más allá y aplicar su estética de expresionismo surrealista casi
viscoso. No abraza en ningún momento su onirismo ni conecta con la capacidad
del artista para generar paisajes de pesadilla que permiten interpretaciones,
que no dejan claras las formas de algunos de sus protagonistas, que en su
elasticidad nada figurativa abraza lo grotesco y lo imposible. Las distintas
secuencias de terror de Scary
Stories  to Tell in the Dark
se basan
en su estética y en ocasiones tocan esas sensaciones alucinógenas, pero no son
una presentación que llegue a entender y respirar el efecto de aquellas. Es
algo así como un deseo imposible, pero en ese aspecto no puede decirse que sea
un éxito como adaptación.

Otra cosa es que la película, en sí misma, sea un buen
ejemplo de terror juvenil casi al máximo de sus posibilidades. La mano del Del
Toro, seamos claros, permite que el producto tenga suficiente entidad y
consistencia visual como para tener una escala sorprendente, una concepción
gótica y creepy canónica y plenamente
entregada a su coartada fantástica sin ningún tipo de excusa o volantazo para
esquivar sus apariciones. Sí, tiene cierta tendencia a sobreexplicar sus
reglas, pero al fin y al cabo, la elección de un formato antológico no
fragmentado obliga a este proceso. El tono, que bebe desde The Monster Squad (1988) a The Gate (1987)  funciona como buen ejemplo de este tipo de
películas, logrando un tono inquietante de tebeo, muy parecido a lo que
podíamos encontrarnos en las citadas series Goosebumps
(1995-1998) o Are You Afraid of the Dark?.


Sin embargo, contrariamente a lo que se suele creer, cuando
una película de terror para adultos tiene algunos valores de producción
humildes, o si juega con el fantástico con cierta ingenuidad, se suele decir,
con rechazo, que “parece un episodio de pesadillas”, con lo que deja claro que
muchos no conocen o se acuerdan demasiado bien de los libros y episodios de
creados por Stine. Se suele ignorar, por ejemplo, que tenían finales oscuros,
ambiguos y pocas veces acababa bien para sus niños protagonistas, algo que no
se puede decir de muchas películas de género actuales, ni tampoco de esa
supuesta visión “algo más adulta de Pesadillas” (sic) que propone esta Scary Stories to Tell in the Dark. Por
no hablar de la extraordinaria R.L. Stine’s The Haunting Hour (2010-2014)
la superior heredera de Goosebumps, cuyas historias originales estaban plagadas
de un con horror sin sangre pero intenso, plenamente fantástico y sin miedo a
finales macabros, con todo el arrojo que la adaptación de Del Toro cambia por
drama y magia blanca.

Una adaptación con
mensaje

Quizá la diferencia más notable de Scary Stories To Tell in
the Dark con las ficciones tipo Pesadillas
no es que apriete más que aquellas los elementos de terror sino la inclusión de
algunos elementos políticos no demasiado habituales en el género dirigido a
adolescentes. Hay un juego con los manuscritos de las historias que van
escribiéndose —en sangre de bebés, como el Necronomicón de Sam Raimi— que trata
de elaborar un reflejo con el contexto social de los 60 y, de alguna manera,
aspira a que el presente se mire también en sus metáforas. Desde el comienzo de
la película, las noticias sobre la Guerra de Vietnam y el presidente Nixon, a
menudo se van insertando brevemente en muchas de sus escenas. Con una alegoría
del destino de las víctimas que escribe el libro y los muertos de la Guerra de
Vietnam, cuando Estados Unidos envió a cientos de miles de tropas al campo de
batalla sin saber por lo que luchaban. Nixon y sus mentiras son el reflejo del
poder de las mentiras, de la arquitectura del miedo, hasta que en la coda se
inserta el momento de la victoria del presidente en las elecciones
presidenciales de 1968.

Hay también referencias constantes al racismo, con varios
personajes multiétnicos que por una parte u otra son acosados por su raza, pese
a que el latino protagonista tenga algo que esconder relacionado con el tema
principal. Es curioso que la película que van a ver al autocine los
protagonistas sea Night of the Living Dead (1968) de George Romero —curiosamente,
este mismo verano, los protagonistas de Stranger
Things
van a ver Day of the Dead (1985)— un homenaje
póstumo al maestro del género que funciona por dos vías: una por su carácter de
película elemental del género y de visionado en Halloween, y por otra, por su
validez documental como biblia de la atmósfera de EE.UU. a finales de los 60,
entre los muertos de Vietnam y los conflictos raciales. SSTTITD es casi un homenaje
a la capacidad de aquella película para abrir al cine de terror como conducto
de sátiras y mensajes sobre la situación en ese momento. Teniendo en cuenta que
Guillermo del Toro no es sino un emigrante mexicano, es natural que en plena
temporada de tiroteos a hispanos y políticas de odio en la América de Trump, la
oportunidad de hacer algunas referencias era demasiado clara.

Una notable película
de terror para chavales, una adaptación regular.

Scary Stories to Tell
in the Dark
es una notable película de terror juvenil, la clásica cinta
ideal para vere en Halloween pero a la que le falta un final acorde a la
calidad de sus set pieces y algo de
ambición y urgencia para llegar a ser el clásico indispensable para ver esa
noche que pedía a gritos ser. Como adaptación de los libros, se queda a medio
camino. No porque solo haya elegido cinco cuentos, ya que a cantidad no es
equivalente a la fidelidad, sino porque, en última instancia decide traicionar el
material de origen al no atreverse a marcar el paso con resoluciones sin miedo
a crear polémica, porque deja entrever demasiado su maniobra comercial cuando
limpia sus pecados en un epílogo que da la oportunidad de recuperar a los
chavales desaparecidos, tras prácticamente haberse hecho amiga del fantasm. Un
final con ese regusto a cuento de hadas con el que Guilermo del Toro es feliz
pero demuestra que a veces no parece entender algunas de las obras—el caso de Don’t
Be Afraid of the Dark
(2010) es similar—que ama. O las razones por las
que las ama. Todo en la película parece estar en su sitio, y será un
entretenimiento de terror disfrutable que muchos chicos tendrán como film de
culto en el futuro. Pero aunque el resultado esté por encima de la media, debería
hacer sido una película que creara esa sensación de peligro, de ser esa que los
padres no quieren que vean sus hijos, como lo fueron los libros prohibidos de
los ochenta.

Jorge Loser