Shazam! (2019) review: un prodigio anómalo lleno de magia, corazón y monstruos


Si Joe Dante y Robert Zemeckis hubieran colaborado para hacer una película de superhéroes en los 80 sería
bastante parecida a Shazam!, con la suerte de que mantiene esa esencia de
maravilla sin apelar a la nostalgia fácil, proponiendo el marco de un blockbuster al
uso en el que consigue condensar una historia de orígenes, una comedia descerebrada
y un relato con moraleja con toques de terror, acción y fantasía. Simplemente
imprescindible
.

Nota: 90

Que el cine fantástico que consumimos en la década actual
tenga mucho de cómic book y que los blockbusters sean, prácticamente de forma
unánime, variaciones y derivaciones de la cultura de los superhéroes es una
realidad. Lo que a veces no tenemos en cuenta es el camino que se recorrió
hasta llegar hasta este momento particular en el mundo del entretenimiento, cómo
el reino perteneciente al cine de culto dio el salto al gran público. Lo que sí
está claro es que el paso de gigante dentro del subgénero fue gracias a un
director de cine de terror. Sam Raimi, un icono y experto en realizar la lógica
de las viñetas en pantalla. El pistoletazo de salida de Spider-Man (2002) supuso
la reabsorción de otros realizadores asociados firmemente al mundo del horror
al mundo de los tipos con mallas.

Si ya Richard Donner continuó su carrera tras The
Omen
(1976) con una de las grandes películas de superhéroes de todos
los tiempos, Superman (1978), no sorprende que el director más deseado de la
franquicia Marvel sea James Gunn, guionista de la rompedora Dawn
of the Dead
(2004) y director de Slither (2006). Zack Snyder dirigió
aquel remake de Romero antes de reiniciar el universo DC y ahora le ha pasado
el testigo a James Wan, maestro del terror de los 2010 y a uno de sus
discípulos aventajados, David F. Sandberg. Con solo dos películas en su haber,
Sanberg puede presumir de haber hecho el mejor de los spin offs del “universo Conjuring”, Annabelle: Creation
(2017), una secuela muy superior a su original que mostró una mejora en la
dirección alucinante en comparación a su debut, Lights Out (2016). Ahora,
en Shazam!
revalida su creatividad tras la cámara y demuestra que, además es capaz de
inyectar corazón a su pericia técnica.


Y es que, con mucho que ver con su anterior película, Shazam! trata, sobre todo, sobre el poder de
unión entre los olvidados e inadaptados, sobre familias atípicas que se
encuentran entre ellos y forman lazos más valiosos que cualquier vínculo
sanguíneo. No es ninguna coincidencia que Annabelle: Creation transcurriera en
una casa de acogida —con la misma actriz haciendo de hermana mayor, y uno de
los personajes principales con muletas— y que en ambas películas el mal se
acerque a los personajes como representación de sus propias ansiedades. Es muy
probable que la campaña de promoción y los primeros adelantos de la película
hicieran pensar en una comedia disparatada llena de vaciles a otros superhéroes
de DC y con bromas meta y faltonas que hicieran de Shazam! el personaje
incorrecto que hiciera las veces de Deadpool para el universo de Batman
y Superman, pero lo cierto es que esa parte —que la tiene— es solo uno de los
rasgos del personaje, puesto que, en realidad, lo que hace la película es
meternos en la mente de un chico de 14 años, y por ese contraste surge el
humor, no tanto por la ruptura de la cuarta pared o la complicidad con el
público a base de referencias a la cultura pop.

La narración de Shazam! es más bien clasicota, retro
incluso, puesto que establece muy bien sus puntos de partida y su desarrollo de
personajes, tomándose su tiempo para explicar quiénes son tanto los protagonistas
como el villano, presentado de una forma sorprendente que rompe un poco las
convenciones de película de orígenes y lo conecta de forma orgánica con el
propio nacimiento del héroe. Algo que da pie, por otra parte, a desarrollar a
una némesis que impone, que da verdadero miedo cuando se nos muestra su poder
de venganza, equilibrando muy bien el patetismo trágico y la falta de
sentimientos en la encarnación soberana de Mark Strong, legítimamente el mejor
villano de DC con mucha ventaja. Además algunas de las encarnaciones del mal
dan lugar a la exposición de monstruos realmente alucinantes, entre sabuesos de
Gozer de Ghostbusters (1984) y gárgolas de la película de culto de los
70 o criaturas de otro tiempo invocadas a través de un Necronomicón, con la
presencia de símbolos arcanos y una referencia directa a In the Mouth of Madness
(1994) de John Carpenter que muestra que Sandberg tiene un cocimiento del mundo
del terror de grado senior y una voluntad firme de asociar su película con el
mismo.


No faltan, pues, viajes dimensionales a través de puertas
que recuerdan tanto a la entradilla de The Twilight Zone como a los
portales de House (1986), sin
mencionar toda la primera secuencia en los 70, que parece una mini historia de
la cripta o un relato de antología de Amicus, o detalles que parecen
sacados de The Midnight Meat Train (2008) de Clive Barker e incluso un
clímax de feria con ecos, en serio, a Ghoulies
II
(1988). Por supuesto, el tono general no es tanto de terror como de
aventura fantástica, aunque mucho más parecido a una película del estilo de los
80 que a cualquier cinta de superhéroes actual. Sí, la propuesta referencia
directamente a Big (1988), incluso con un gag-homenaje muy bien encajado, pero
el tono es el de una obra de Robert Zemeckis de la etapa Back to the Future (1985)
o Joe Dante de Gremlins (1984), con una parte final muy Adventures in Babysitting
(1987) e incluso, volviendo a Donner, The Gonnies (1985). Aunque más que
rescatar momentos de aquellas, asimila su capacidad de fascinación por la magia,
por el contraste entre la adolescencia y el descubrimiento de una fantasía,
conectando inmediatamente con los propios anhelos del niño que reside en cada
espectador, respondiendo a la pregunta ¿Quién no ha querido ser nunca un
superhéroe? de la forma más divertida, tierna y fresca posible.

Algo con lo que en Spider-Man: Homecoming (2017) —a la
que devuelve la pelota en los créditos, Ramones mediante— se traficaba pero que
quedaba lejos por su insistencia en querer parecerse a John Huges primero y
luego desarrollar ya una película. En Shazam! hay sinceridad contagiosa,
que consigue ser desternillante y cálida sin resultar burda o ñoña, un sentido
de la maravilla que se revuelca en la ingenuidad camp de los tebeos con una
autoconciencia siempre en el límite de la parodia pero nunca fuera de la
honestidad en el relato de su personaje, Billy, un huérfano en busca de su madre
que ejemplifica el abc del paso a la edad adulta, con la rabia rebelde del
incomprendido que camina entre la idiotez adolescente y la nobleza naif del
héroe cinematográfico. Tampoco se quedan atrás los personajes secundarios, con
un Jack Dylan Grazer confirmando por qué el reparto de IT (2017) ha calado en la
cultura popular y alguno de los niños de la casa de acogida, que dan ganas de
adoptar. Sandberg saca pura magia de sus protagonistas, los ama y consigue que
los amemos sin caer en el cinismo fácil. Un poco a la manera que Shane Black combina sus personajes infantiles con héroes, muy al estilo de Last Action Hero (1993), conectando además, con su categoría de película navideña atípica.


Sus más de dos horas no se hacen pesadas, tiene un ritmo
prodigioso lleno de pequeños gags dentro de un guion sembrado, un tono festivo
infeccioso que deja espacio para el drama —sorprendentemente duro en ocasiones—
y a las escenas de acción, menos aparatosas y sobrecargadas de CGI que la media
de Warner e incluso que Marvel ,y más con los pies en la tierra, demostrando
que la efectividad de los golpes depende más de la integración y la
planificación que del renderizado. Shazam!
nos recuerda por qué nos gustaban los superhéroes de críos, y a pesar de que
pueda parecer una parodia, entiende qué haría un niño de 14 años con
superpoderes mejor que cualquier película que lo haya intentado antes. Lo mejor
que se puede decir de ella es que será de culto para los chicos de 11, 12 o 13
años que la vean hoy, y ellos serán los que mañana jugarán en el patio de
colegio diciendo a gritos SHAZAM! para transformarse, en su imaginación, en un payaso
con superpoderes con la cara absurdamente hilarante de Zachary Levi, como
muchos niños de los 80 lo hicieron con The Greatest American Hero
(1981-83), con la diferencia de que esta tiene monstruos, oscuridad, fantasía y
un prodigioso timing para la comedia.

Jorge Loser