The Dead Don’t Die (2019) review: una extravagante y poética postcomedia zombie


Inesperadamente lírica, extraña y fúnebre, The Dead Don’t Die quizá no
sea tan divertida como prometía, pero nos da un sincero homenaje al cine de
George Romero que brilla en la alegoría de su época y sus estampas silenciosas
de una América rural poblada por cadáveres vivientes, abusando del chascarrillo
meta pero también con humor extravagante y absurdo, destinado a dejarte pensando
en ella mucho tiempo después de verla
.

Nota: 65

Hace más de cincuenta años Night of the living Dead (1968)
dio la vuelta al cine de terror y convirtió sin saberlo al zombie en el
monstruo definitivo del siglo XXI. No solo definieron los temores del mundo
post 11-S sino que se convirtió en un fenómeno de cultura pop que se contagiaba
como las epidemias que propone su apocalipsis. A punto de acabar la segunda
década del siglo, el muerto viviente se resiste a morir y sigue generando
contendido en televisión y, en menor medida, en el cine. Resulta bastante
elocuente el título de la nueva película del pope del cine independiente Jim
Jarmusch para explicar por qué los muertos no mueren. The Dead Don’t Die se
encarga constantemente de recordarnos que hay una canción que lleva ese título
hasta que el personaje de Bill Murray se harta pone de manifiesto lo que
pensamos todos los espectadores.

Jim Jarmusch llega un poco tarde a la movida zombie, que
lleva tratándose de reinventar desde el ocaso de su popularidad, ejemplificado
de forma cristalina con la caída a los infiernos de la serie The
Walking Dead
. Quizá por ello su cinta no es tanto una comedia
convencional de género como Shaun of the Dead (2004) o Zombieland
(2009) y, aunque, como esta última, tenga a Bill Murray en su reparto, sus
intenciones son muy diferentes. Y es que el humor de The Dead Don’t Die es tan epidérmico y abstracto que podría llamarse
postcomedia, más contemplativa y absurda que graciosa en sí misma. De hecho,
puede decirse que es más una película de terror tradicional que una película
que pretenda hacer reír, aunque tampoco sería preciso. Es más bien una
narración de género, entre lo paródico y lo melancólico que toma el contraste
del costumbrismo rural norteamericano con la existencia de cadáveres que
vuelven a la vida.


Planteado casi como un evento indie coral, la presencia del “mejor
reparto zombie de la historia” supone casi un festival de cameos sin demasiada
justificación más allá de rodar una pequeña película de género casi entre
amigos, lo que lleva a pensar que, en efecto, la idea de Jim Jarmusch de hacer una
cinta de zombies le lleve a pensar que puede hacer lo que quiera en ella,
porque, al fin y al cabo, es fantasía y se puede hacer casi cualquier cosa en
ella. Puede que sea esa lógica la que le lleve a plantear algunas bromas meta,
rompiendo las reglas de la ficción con los actores en algunos momentos que no
molestan demasiado, pero que evidencian —sobre todo al estar situados al final—
que no tenía un plan de cierre demasiado macerado y permite que un par de
vueltas de tuerca —una de ellas sacada directamente de la serie Fargo
lleven el film a un punto histriónico que, en realidad, no cuaja con las
mejores partes que había logrado ofrecer hasta esos momentos.

La mayoría del metraje de The Dead Don’t Die se
dedica a describir el encanto de un pequeño pueblo, una población reducida con
rutinas, caras que se conocen de toda la vida y personajes con los que podrías
tomar una cerveza sentado en un taburete, mascando una espiguita de trigo
mientras miras a la carretera y comentando el tiempo. En esa exploración del
vecindario se va incorporando un constante diálogo con la cultura pop zombie
creada por Romero, analizando paso por paso las reglas en forma de apuntes de
unos y otros, generando un humor absurdo que en el fondo tiene un fondo cálido
de fascinación y adoración por el género que trata. Casi como un advenedizo,
Jarmusch no hace alardes y maneja el terror como sabe, utilizando un manejo del
sonido bastante inquietante, que recuerda al uso de la música de archivo de las
viejas películas de horror de los cincuenta que Night of the Living Dead
reciclaba. El resultado es que deja claro que no es tan fácil hacer una
película de terror, ni mucho menos mezclarla con comedia, pero de una forma u
otra, sí que deja un buen puñado de momentos que vuelven a colocar al zombie
como una criatura capaz de transmitir escalofríos en la compulsión repetitiva
de sus movimientos, que nos recuerdan que hubo un humano dentro.


Calles residenciales llenas de oscuridad y siluetas, manos
saliendo de sus tumbas, caras agolpadas frente a cristales. No todas las apariciones
de muertos vivientes son motivo de chascarrillo, y a Jarmusch le gusta
juguetear con el tono oscuro, pese a los momentos de puro surrealismo. Probablemente
es porque denota, dentro del cachondeo con el que parece que se ha tomado el
proyecto, que adora el cine de Romero y no para de hacer pequeños gestos, como hablar
de gules, tal y como le gustaba llamar a sus criaturas al de Pittsburgh, o utilizar
el mismo modelo de coche de la película original. Hasta tal punto que el
diseñador de producción se preocupó en encontrar fotos en color del rodaje de
la película de 1968 para recrear el mismo azul verdoso. La memoria de los
zombies se utiliza de forma no muy diferente a como la usó Romero en sus
últimas tres películas, aunque no aprovecha al 100% las posibilidades de sátira
que ofrece. Se examina la compasión por los familiares, las reglas de
resurrección, el recurso periodístico de las fake news, las razones gubernamentales,
los personajes americanos racistas de pura cepa, los héroes negros… incluso hay
una construcción de tableros para que las manos salgan como en Night of the Living Dead.

The Dead Don’t Die
no va a satisfacer del todo a casi nadie, ya sea por la improbable promesa de
su reparto y el rockero tráiler, que no refleja nada el tono que va a
desarrollar el film, pero sí que consigue sorprender, logrando unos cuantos
momentos excéntricos difíciles de encontrar en una película de muertos
vivientes al uso o en cualquier película que no venga firmada por el director
de Dead
Man
(1995). Night of the Living
Dead
hizo por el cine independiente en los 60 lo que Reservoir Dogs (1992)
hizo en los 90 y Jarmusch le debe mucho de sus posibilidades como cineasta, por
ello su genuflexión es entrañable, cálida, extravagante e incluso
ocasionalmente inquietante. No va a cambiar el mundo de las comedias de terror
pero quedará como un rara avis sin muchos precedentes, que no es todo lo divertida
que debería pero que deja un poso que dura más días de lo que uno espera,
creciendo en la memoria como una tranquila canción americana que no puedes
sacarte de la cabeza.

Jorge Loser