Under the Silver Lake (2018) review: Como guante De Palma forjado en Hitchcock


El director de ‘It Follows’, se aleja del terror para elaborar un
complejo viaje al corazón de Los Ángeles suburbano en forma de cine negro con
ribetes de género fantástico, casi surrealista que trata de desentrañar el
sentido de la cultura pop, con Andrew Garfield como una especie de Gran
Lebowski millenial, perdido en un laberinto de paranoia y señales ocultas en el
que hay espacio para algunas escenas inquietantes, leyendas urbanas creepy y
momentos gore.

Nota: 90

El éxito de It Follows (2014), una pequeña
película de miedos adolescentes que reciclaba los hallazgos de Kairo
(2001) y Ringu (1998) para la generación millenial, el director David Robert Mitchell ha tenido la
oportunidad de plasmar en la pantalla un proyecto mucho más ambicioso,
poliédrico y complejo que, en suma, resulta mucho más estimulante en su reflejo
del absurdo juvenil y compresión de géneros en uno solo.  Aunque muchos echarán en falta su faceta
anterior, Under The Silver Lake no
deja de ser una mezcla de géneros en la que, por supuesto, también cabe
imaginería del terror. En realidad cabe un poco de todo porque su planteamiento
parte precisamente de la total libertad creativa. Tras una recepción con cierto
escepticismo de la crítica, la secuencia de los hechos recuerda un poco al momento
clave de la carrera de Richard Kelly,
cuando tras el estreno de Donnie Darko (2001), una pequeña cinta de culto muy
relacionada con el terror, soltó a los monstruos de caja de Pandora de las
ideas y creó su complicada, difícil pero fascinante, Southland Tales (2006),
que en su caso tuvo una repercusión catastrófica en su carrera.


Hay un paralelismo en ambición e intenciones en Under the Silver Lake, pero la visión de
Robert Mitchell tiene los cimientos más asentados, producto de un proceso de
escritura casi enloquecido, que dejó macerando mientras hacía It Follows. El éxito de aquella le
permitió llevar a cabo su sueño, una idea que se le ocurrió cuando él y su
esposa estaban sentados en su casa mirando las casas en las colinas de
Hollywood, preguntándose lo que ocurre en las entrañas de una gran ciudad como
aquella. Eso le llevó a repasar sus películas favoritas sobre el lado oculto de
la ciudad de las estrellas ya que su objetivo inicial era hacer un thriller noir con los tonos del Chinatown
(1974) de Roman Polanski. Desde luego, casi cualquier mirada a esa ciudad de
ribetes turbios, con una gran relación con sus habitantes y el glamour
implícito podrían citarse. Desde la inquietante Day of the Locust (1975)
a Mulholland
Drive
(2001), esa mirada al reverso oscuro de la ciudad soleada y
brillante conforma casi un subgénero en el que la película de Mitchell encaja a
la perfección. No por casualidad, el personaje que se encontraba a la
espeluznante mendigo en aquella estaba interpretado por Patrick Fischler, que repite
aquí como el conspiranoico fanzinero que planta la semilla de la paranoia en el
protagonista.


Aunque toda la cinta tiene escondido un juego de guiños y
homenajes—para los fans del terror, busquen pósters de Psycho (1960) o Creature
from the Black Lagoon
(1954)— dentro de otro juego, hay otra buena
cantidad de referentes con los que juega a nivel narrativo y no expositivo. Entre
los más obvios se encuentra el cine de Alfred
Hitchcock
que, además de ser mentado en la música, entre Bernard Herrmann y
Badalamenti, aparece como una línea de apoyo para el planteamiento desde su
inicio, con notas claras de Rear Window (1954) y otro tanto de Vertigo
(1958), pero en vez de un símbolo luminoso como James Stewart, su héroe es un Andrew
Garfield
decadente, opuesto a su interpretación como Peter Parker—ojo a la
broma con un tebeo del héroe marvel—. Un voyeur que hace cosas terribles a
causa de vivir sumido en una espiral de apatía. Tras perder su trabajo, vive en
un apartamento que no puede ya pagar, anhelando una vida más interesante, como
la que ve en la televisión. Su rutina miserable cambia cuando ve bañándose en
la piscina de su apartamento una nueva vecina, una misteriosa mujer llamada
Sarah (Riley Keough), con la que se obsesiona, sobre todo cuando se esfuma de
la noche a la mañana.


Ese el punto de partida para la gymkana surrealista en la que
se ve envuelto sin querer, con una línea de pistas desordenadas que pueden
tener (o no) la clave para descifrar el secreto que hay detrás de su
desaparición. Aunque todo se pueda mirar como una comedia absurda, su camino se
va adentrando en las profundidades más oscuras del misterio y la conspiración
de la ciudad que, además, vive atemorizada por un misterioso asesino de perros y
la leyenda urbana de una extraña mujer búho que hará las delicias de los fans
de Channel
Zero.
El momento en el que Sam se encuentra con el compositor también
es inquietante y extraño, casi como un clip demencial de una serie de animación
surrealista con un clímax que, de nuevo, choca las palmas con el género sin
rubor. El nivel de inventiva visual constante, la fotografía ominosa, hay mucho
con lo que el fan de género puede deleitarse.

Under the Silver Lake
esconde diversas capas bajo su estructura de película de detectives invadiendo
lo cotidiano al estilo Brick (2005), va desengranando
secretos que llevan a otros o que, sencillamente, son callejones sin salida que
a primera vista son casualidades. Rastros y enigmas escondidos que incluso se
pueden aplicar a los personajes. Un viaje delirante y adictivo que realmente
esconder un secreto más profundo sobre la personalidad de Sam, sobre quién es y
por qué hace lo que hace. Hay una conexión muy profunda entre el propio viaje y
la desorientación vital del personaje, lo que hace que su parte final tenga
revelaciones que afectan a lo emocional y que revelan que toda esa búsqueda era
un señuelo para encontrarse a sí mismo.


Pero, a su vez, toda la película de David Robert Mitchell
puede mirarse como una exploración del sentido hueco de la cultura pop. La
cantidad de referencias cinéfilas, culteranas o generacionales es constante,
casi para aturdir al espectador y dejarlo en el mismo estado que Sam. Si a
través de esas pistas internas en la película él va desentrañando el sentido (o
la falta de él) de su viaje, el espectador decodifica mensajes ocultos sobre
por qué aparece una tumba de Hitchcock en un plano o por qué suena la canción What’s
the Frecuency Kenneth
de R.E.M.,
que habla sobre la desconexión generacional y es un símbolo clave en la novela
gráfica Like a Velvet Glove Cast in Iron (1993) de Daniel Clowes, de la que Under
the Silver Lake
es casi una adaptación inconfesa, aunque también tiene
pinceladas de su David Boring (2000). Hay también referencias visuales a otros
cómics underground de los 90 como Black Hole (1995)—de la que bebía
mucho It Follows— como esa portada de
playboy con una mujer bajo el agua que recuerda a una de las de los números
sueltos de la colección. Otros tebeos alternativos inspirados en estos autores,
como Unreal
City
(2017) parecen haber sido una base espiritual para la construcción
del tono.


The Long Goodbye (1973), North By Nortwest (1959), Body
Double
(1984) o The Big Lebowski (1998) vienen a la
cabeza enseguida, pero todas esas las similitudes son vacuas dentro del mensaje
clave en la película. La cultura pop, nuestros recuerdos, son señuelos y
pasatiempos cuyo estudio y conexiones y recopilación solo tienen a función de
ser un asidero frente a la falta de significado del mundo moderno, la sociedad
de consumo como suma de fantasías efímeras contadas en pantallas, papel y
vinilo para llenar vacíos existenciales y nuestras carencias afectivas. No es
muy distinta la diatriba de amor y disección que propone Spielberg en Ready
Player One
(2018), solo que, en este caso el viaje es mucho más
trepidante para el espectador. Gracias a la capacidad del guion para encajar el
increíble collage de pistas, el espectador queda en casi un estado de hipnosis
que le llevará seguramente a revisarla en más de una ocasión.

Jorge Loser