
Más que una sátira sobre
el mundo del arte, Dan Gilroy ofrece una pataleta con poco del ingenio que cree
poseer, utilizando las formas del slasher sobrenatural de forma vaga, sin ganas.
Una película decepcionante que pedía a gritos una puesta en escena de terror
italiano y luce y camina como un inane producto de terror directo a vídeo de
los 90.
Nota: 50
Velvet Buzzsaw, el nombre con el que Dan Gillroy ha titulado su
nueva película, define un poco sus intenciones en cuanto a expresión vía pieza
de arte. La motosierra de terciopelo, o el lienzo como arma para atacar. El
arte tiene que ser agresivo, inconformista y nunca venderse a los designios de
la industria que hacen compraventa de la opinión para convertir todo en un
mercado. Efectivamente, la cinta tiene el filo de un punzón y sus intenciones
son como tirar un cóctel molotov en medio de una convención de curadores de
galería de arte por lo que, en cierta forma, es una continuación espiritual de su
espectacular Nightcrawler (2014), que exponía el mismo conflicto pero en el
ámbito del periodismo poco ético y la demanda de los consumidores de noticias
espantosas empaquetadas como entretenimiento.
La premisa básica de Velvet
Buzzsaw es simple. Una vendedora de arte que se encuentra con un tesoro lleno
de pinturas extrañas después de que su vecino, el artista Ventril Dease, muera.
Obviando su voluntad escrita de destruir su obra, vende su trabajo a las hienas
que pueblan el mundo del arte en Los Ángeles. Obviamente, tiene un gran éxito
hasta que los cuadros comienzan a matar a todos los involucrados uno a uno. El
punto de partida no se diferencia mucho al que pudiera tener algún episodio
perdido de Tales From The Crypt (1989-1996) y tiene bastante que ver,
irónicamente, con la serie antológica Night Gallery (1969) en la que cada
episodio explicaba el pasado oculto de una pintura maldita, con una historia de
muerte asociada a ella. En realidad, lo que más se parece a este tipo de
antologías es que sus personajes solían ser personas antipáticas, y la
distancia con los protagonistas solía tener la función clara de evitar la
empatía para disfrutar un poquito cuando presenciáramos sus finales
(normalmente estos episodios acababan con un giro que dejaban un sabor de boca
amargo).

Pero el mayor problema de Velvet Buzzsaw es que, en sus formas, tampoco ha avanzado mucho con
respecto al estilo televisivo de muchas de ellas. Hay algo en la fotografía y
la puesta en escena que se ve barato —algo común en muchas películas directas
de Netflix—, pero no de ese barato de falta de medios, sino de hacerse deprisa
y corriendo, de encuadrar para que luzca bien en una pantalla de ordenador o de
móvil, sin la ambición estética que pudiera tener las anteriores cintas de
Gilroy. A esto hay que sumarle la banda sonora más genérica que pueda recordar
en una película de horror de los últimos años, llena de compases de intriga que
parecen enlatados. Y es una pena este descuido de empaque porque la historia,
alrededor del mundo del arte pedía una propuesta de estilo, no solo tomando las
fugas surrealistas del giallo, sino
algo incluso grandilocuente, loco, algo parecido a lo que dejaba intuir su
tráiler.
El mundo que presenta Velvet
Buzzsaw tiene, además, un trasfondo de leyendas urbanas y mitología
deliciosa. El tropo de la obra de arte que vuelve a la vida puede rastrearse
desde las adaptaciones de El retrato de Nikolai Gogol al corto
con el primer papel de David Bowie, The Image (1967), pero parece que
han tenido en cuenta algunos de los casos reales más cercanos al mundo
creepypasta. No solo Ventril Dease tiene un pasado con padre abusivo parecido
al de Edvard Munch —que tiene en su currículum un cuadro maldito llamado La
madre muerta— sino que su obra se parece al estilo de la mítica The Hands Resist Him, una pintura cuyo
comprador, galerista y curador tuvieron en su haber y acabaron muriendo poco
tiempo después. Gilroy, además de incluir referencias a artistas actuales o
fotógrafos como Gregory Credson, utiliza otros detalles de otras obras de arte
malditas como El hombre angustiado —pintada con sangre del artista como las
de la película— o el hecho de que determinados retratos sigan con los ojos, un
clásico que afirman experimentar los que se exponen a estos cuadros.

Y en todos esos aspectos, los relacionados con la pintura,
las muertes y demás, es en donde Velvet
Buzzsaw tiene algo de interés. No hay ninguna muerte especialmente
sangrienta pero hay que reconocerle que el homenaje a Phantasma (1979) con esa esfera plateada es un acierto que se
corona con el genial sketch del día después. Pinturas que vuelven a la vida, y
que se aparecen, son momentos que podrían estar en un slasher sobrenatural pero incluso estos están faltos de algo de
garra, y algunos parecen descartes de una película de imitación a Wes Craven directa
a videoclub. Ni están rodados con un crescendo de suspense especialmente
memorable ni Gilroy parece interesado en hacer set pieces que jugueteen con las
expectativas o la tensión como lo hacen las películas tipo Destino Final con la que,
inexplicablemente, se la está comparando.

El plantel de actores competentes hace su trabajo, pero
ninguno acaba de dejar huella en personajes que resultan parodias que se supone
que deben resultar divertidas y tan solo se quedan en bosquejos de seres
humanos abominables, con los que el director no tiene ninguna simpatía, pero a
los que no logra dar un perfil más allá de la caricatura burda. Parte de la
culpa la tiene su guion, lleno de frases estridentes, y exabruptos misántropos
escritos sin profundidad, del tipo “no soy un hombre de habilidades primitivas”
o “escucha a mi mente inteligente”, que se suma a subrayados constantes de la
alegoría general como “todo el arte es peligroso”. Es como si Gilroy quisiera
reírse del absurdo del mundo que rodea al mercado pero en vez de hacer
chistes con ingenio se dedicara a intentar ridiculizarlos de la forma más tosca
imaginable, logrando que lo que debiera ser divertido se alargue en sus
innecesarias casi dos horas. Demasiado plana para ser una parodia brillante y
demasiado vaga para funcionar como comedia de terror, Velvet Buzzsaw es otra lección de que quizá los directores de
prestigio que quieren hacer una película de miedo no saben cómo manejarse dentro
del género.
Jorge Loser