Durante el siglo XIX y parte del XX, Nuevo México era, literalmente, un paraje desértico y salvaje. La tierra era disputada a sangre por colonos anglosajones, la población mejicana de la zona, con ascendencia española, y los indios que habían ocupado esas tierras mucho antes. Un paraje fronterizo donde la violencia era común y vida no tenía valor. Algunas de las misiones franciscanas del XVIII dejaron allí su huella e incluso se registraron actividades españolas con tradiciones religiosas medievales en el siglo anterior. Muchos de los oficios religiosos de la época de pascua y resurrección pasaron a las nuevas poblaciones mestizas e indias, dando lugar a la Fraternidad Piadosa de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Más conocida como los penitentes.
Dentro de ese potaje de culturas y religiones, en medio de un paisaje desolado y ajado, la religión católica romana encontró una grieta para realizar sus prácticas tradicionales, con las representaciones de la pasión incluidas. La hermandad de los penitentes era conocida por sus violentas autoflagelaciones y crucifixiones demasiado reales. Hoy no nos sorprende porque cada Semana Santa, en televisión, nos alegran la comida con un recorrido sangriento por las prácticas más literales de todo el mundo, incluido nuestro país. No se sabe hasta donde llegaron los penitentes, pero durante una época convirtieron su sociedad en un culto secreto al margen de la Iglesia, que no aprobaba el salvajismo de sus sangrientas prácticas.
Carl Taylor fue un aventurero americano que se dedicaba a estudiar lugares perdidos por todo el mundo, asentándose en Nuevo México en 1933. En 1936 fue encontrado sin vida en su cabaña de Cedar Crest. La muerte violenta indicaba un asesinato y los medios de comunicación pronto se hicieron eco del extraño suceso. El joven Taylor habría estado escribiendo un artículo sobre los oscuros secretos de los penitentes después de varios meses de estudio y de haberse infiltrado en sus rituales. Las razones reales, sin embargo, no se esclarecieron y la teoría de los penitentes como instigadores del asesinato no tenía pruebas reales. Sin embargo, en un tiempo récord, en Hollywood, tenían preparada una película sobre el caso, bastante ruidoso en su momento.
Un par de años antes del asesinato de Taylor, al mismo tiempo que éste estudiaba sobre el tema, un cámara infiltrado entre los penitentes consiguió rodar bastante material documental sobre los ritos de flagelación y crucifixión de la hermandad. Un descarado productor americano de cine de explotación, aprovechó ese material para elaborar la historia del asesinato Taylor añadiéndole más elementos de sexo y violencia, manteniendo como plato fuerte los sangrientos rituales rodados a modo de documental, en crudo. Dentro del nuevo metraje, añadió una forzada historia de amor con una chica que acababa maniatada por los penitentes y recibiendo latigazos sobre su cuerpo totalmente desnudo (escenas fuertes pero relativamente comunes en algunos oscuros cortos burlesque de la época).
Sin embargo, el código Hays rechazó fuertemente la película. Debido a su excesiva brutalidad y a los desnudos del personaje femenino, el filme se mutiló y se perdió en su forma original. Tan sólo queda un pequeño corte de 35 minutos, también perdido hasta la llegada del VHS. Nunca sabremos qué escenas reales y qué ritos se incluyeron en la original, pero quedan algunas trazas de la trama eliminada en el tráiler, y sus escenas de sexo y violencia estaban bastante por encima de los estándares de la época. El material real restante incluye algunas aficiones sádicas de la zona (como los juegos en los que jinetes recogen gallos enterrados en el suelo por las patas) y rueda alguna memorabilia del culto secreto en sus “moradas”, templos llenos de santos, cruces y vírgenes talladas. Probablemente las secuencias que más inquietud generan al observarlas.
La mezcla de material documental y real está editada de forma ruda, notándose los saltos de calidad, constatando la veracidad de las imágenes de campo. Podría considerarse el primer film mondo, un género semidocumental que incidía en los aspectos más sensacionalistas de ritos de todo el mundo que se gozó de popularidad a finales de los 60 y 70. Además, tanto su estructura como su contenido recuerdan a Holocausto Caníbal, la pieza fundamental del género found footage y/o falso documental. En esta, el plato fuerte lo constituyen las escenas de latigazos y crucifixión, que, aunque mutiladas, poseen un cariz hipnótico, fantasmal, que hacen olvidar su carácter efectista.
Como era muy común en los años 30, el film se vendía como una propaganda contra atentados contra la moral que usaba ese discurso para mostrar escenas que fantaseaban con el sadomaso. Sin embargo, el plano final, es quizá lo más creepy de todo el asunto. Sin venir mucho a cuento, a modo de advertencia resumen y con el plano de una cruz ardiendo, el narrador se despide con un “despierta América, aquí en nuestra propia tierra podemos ver el corazón de África latiendo en el pecho de las Rocosas”, redireccionando su mensaje al relacionar la “barbarie” de los penitentes como algo asociado a su raza y se toma en última instancia como una propaganda velada del mismísimo Ku Klux Klan.