Casos como el de Malignant nos hacen comprobar la apetencia de los grandes estudios a la hora de promocionar un film. Si el estreno de The Conjuring: The Devil Made Me Do It fue anunciado desde antes de la pandemia, con todo el aparato de marketing funcionando hasta su estreno, el esperadísimo regreso del creador de aquella franquicia al cine de terror ha sido tratado de una forma diferente. Los dos tráilers son casi iguales, no ha habido demasiado material, el énfasis no ha sido igual… no es lo mismo vender una franquicia hecha que un nuevo proyecto sin asideros previos. También queda la posibilidad de que no quisieran desvelar demasiado del final, pero cuando no han puesto la película a disposición de la prensa para hacer críticas previas algo hay bajo la alfombra.
Si hace unos meses muchos fans se lamentaban de que Wan no estuviera tras los mandos de la más que competente The Conjuring 3, visto el lugar en el que se encuentra el director de la original en el año 2021, quizá el cierre de la trilogía hubiera sido el fin definitivo de la franquicia. El autor de esta Maligno sigue juguetón y sin ningún tipo de vergüenza a la hora de afrontar el género, pero su otrora filigrana técnica se ha convertido en una ostentación de movimientos de cámara más grosera, mucho más fea y rozando lo molesto cuando hace maridaje con una banda sonora, a ratos electrónica, que hace cosas incomprensibles, como esa pieza basada en resamplers de Where is my mind? De The Pixies que aparece sin sentido ni rumbo de cuando en cuando.
Cuenta Wan en varias entrevistas que esta es su mirada al giallo, al cine de videoclub con el que creció, a De Palma, Argento y Cronenberg, y no le falta razón cuando explica su plantilla. Aparentemente estamos ante un giallo más tardío, en el que podemos ver escenas muy inspiradas en Trauma (1993), Tenebre (1982) y, sobre todo, Phenomena (1985), con una
trama de visión a través de los ojos del asesino, deudora de Eyes of Laura Mars (1978) pero con un estilo de Fear (1990), Hideaway (1995) e incluso Monkey Shines (1988) de George A. Romero, sin embargo nunca hay un aclimatamiento estético verdaderamente a la altura de sus referentes. Hay tonalidades azuladas, una matriz de color oscura y mucha
niebla que indican que el creador de Dead Silence (2007) está de vuelta, pero también un montaje anacrónico, un uso de cámara digital que parece vídeo –parece mentira que la fotografía sea de Michael Burgess, tras el cuidado mostrado en Conjuring 3— y un uso de sangre digital perezoso, que chirría con la voluntad de usar efectos prácticos e incluso animatronics en otras ocasiones.
Maligno se redime en parte con un tramo final en el que se
desata la locura y entra en juego el gore y la bendita insensatez que debería
haber empezado mucho antes, pero en sus casi dos horas se apoya demasiado en un
argumento predecible, que se ve venir incluso con algunos giros locos
presentados de forma bastante cómica. El problema es que mucha parte de su
metraje parece tener un tono serio, un dramatismo que se va haciendo bola entre
frases de guion que parecen escritas por un niño de 12 años y actuaciones de
película directa a vídeo que se parecen más a la nueva Saw: Spiral (2021) que a
las de su propia entrega de la franquicia. Hay una dimensión de horror
psicológico en la que juega a Raising Cain (1992) pero en la que
el frenesí enajenado de aquella se convierte en una imitación llena de humor
involuntario. En ocasiones el conjunto recuerda a una producción perdida de los
remakes de Dark Castle, con ese espíritu industrial y hortera de primeros de
los 2000, que asemejan más la película a cosas como Gothika (2003) que al
cine de Argento que trata de homenajear. Quizá estemos ante el fin de ciclo de
uno de los más grandes.
A partir de este momento hay SPOILERS de la trama
Aunque si somos honestos, Maligno va de frente. Se propone ser una extravagancia de videoclub
y lo consigue, aunque es una de esas películas de vídeo que recordábamos
mejores en VHS que cuando la recuperas en su edición remasterizada. Su mezcla
de géneros es imposible y por tanto el resultado es una locura digna de ver,
aunque la ejecución sea más cercana a la de cine trash que del autor virtuoso
que nos dio Insidious (2010). A decir verdad, parece que hay algo que se rompió
en el autor con la llegada de Aquaman (2018) y no ha regresado,
como deja ver su tercer acto, en el que realmente vemos que las intenciones
desde un principio eran las que eran: adaptar su cómic Malignant Man al cine,
como había anunciado hace unos años. Sus secuencias finales muestran el poso
que ha dejado el cine de acción en Wan, con escenas de lucha feas que muestran
la verdadera cara del film. En realidad todo esconde una historia de orígenes
de un superhéroe oscuro, deforme, al estilo de Darkman (1990), solo que la
ejecución es torpe y fea, parece que más bien esté haciendo su versión de Faust
(2000) de la fantastic Factory.
No hay nada específicamente malo si te apetece una ración de
serie Z con acción y sangre, pero da la impresión de que el larguísimo prólogo
es una excusa, un intento de meter todo en el saco que esta vez no funciona. La
idea del amigo imaginario que comete asesinatos, al estilo I, Madman (1989) convive
con el muy previsible giro del hermano deforme, una evolución de Belial de Basket
Case (1982)
) o
una versión supervillanesca del Hideki de Evil Dead Trap (1988),
que más que Cronenberg es muy Yuzna y más que Sisters
(1973) de De Palma es The Manster (1959) o The Manitou (1978). Es divertido ver
a Gabriel mover las manitas y luchar con su media cara malvada, pero quitando
que la idea es delirante, James Wan no la convierte en algo realmente
memorable, más allá de la sorpresa, hay algo que no acaba de cuajar. Maligno
no es desdeñable y merece un aplauso por la idea atolondrada que intenta llevar
a cabo, pero en el fondo no es más que un intento de tratar de adaptar un cómic
grotesco con una coartada de thriller psicológico para el que Wan ni su
guionista estaban preparados. Hay dos películas cosidas como dos siameses que
tratan de seguir su camino y la operación es tan chapucera que ninguna de las
dos es especialmente memorable y el conjunto solo puede mirarse como un
admirable engendro.
Jorge Loser