“Me disculpo por lo que os voy a hacer” dijo el director Darren Aronofsky antes de la proyección de Mother! del festival de cine de Toronto. Abucheos en Cannes, gente saliéndose del cine y la promesa de ver algo que te tuerce el estómago y te enfada. Obviamente, lo que ofrece la última locura del director de la magnífica Cisne negro (Black Swan, 2010) no deja indiferente, menos en una película con una distribución de ese calibre, pero digámoslo ya, tampoco significa una sacudida en el estómago o una experiencia con la que salgas cambiado, para bien, o para mal.
Esto es, hay una propuesta arriesgada y ciertos elementos para crear controversia, pero están bastante más adocenados de lo que parece e incluso presentados con un sentido del humor absurdo que no generan ese efecto por el que se supone que se debe de disculpar. Mother! Tiene las formas del cine de terror de otra época, cierta seriedad al utilizar el género como herramienta mágica para desarrollar una intrincada metáfora sobre el proceso de creación con distintos puntos de fuga en su perspectiva de obra de arte y ensayo. Es difícil evaluar, sin embargo, las distintas implicaciones de su estudio de la decadencia sin reventar el argumento de arriba abajo.
Sí podemos contar que Aronofsky afronta el relato de una mujer y su marido en un matrimonio con problemas planteando un status quo al espectador desde la primera imagen. Todo lo que vas a ver a continuación pertenece a un mundo en el que las reglas están definidas por esa imagen, por lo que nos vemos abocados a un tipo de cine multiforme y surrealista, que no se pierde en sus delirios sino que nos lleva hacia ellos junto a su protagonista, de manera que sufrimos su viaje por la confusión con ella. Hay una constante sensación de que todo se desmorona en las manos del personaje de Lawrence, tal y como vemos a veces nuestras vidas descarrilar sin que podamos hacer nada.
Cuando mejor funciona, claro, es cuando muestra sus cartas de terror onírico y se permite ciertos devaneos con el simbolismo, desde pareces que muestran su capacidad pulposa, maderos que forman bocas extrañas y esas cosas inexplicables que resultan creepy y misteriosas al mismo tiempo. Hay momentos que bailan con El quimérico inquilino (The Tenant, 1976) de Polanski, pese a tener referencias más circunstanciales a La semilla del diablo (Rosemary’s Baby, 1968) y otras obras del director. En efecto, su cualidad onírica es deliciosa, el problema es que nunca la lleva hasta sus últimas consecuencias. Su ambición alegórica acaba marcando su pulso apreciándose el proceso mecánico con el que ha sido concebida, lo que acaba derivando en cierta monotonía.
El resultado acaba derivando en un anticlímax de elementos repetitivos y hasta, en cierta manera, predecibles, que dejan la promesa de una película realmente insondable y sorprendente. Hay más momentos desafiantes a la mente del espectador en cualquier episodio de la nueva temporada de ‘Twin Peaks’. Hay cierto artificio en la forma en la que los elementos visuales sorprendentes toman forma desde el papel, pero acaba resultando una reflexión excesivamente intelectualizada, casi planteada como comedia negra, que se disfruta más discutiendo y pensando que durante su visionado.
Mother! Tiene un desarrollo que va de lo intuitivo a lo teatral, de alguna manera tiene bastante que ver con películas que tratan de crear una historia más grande a partir de un relato limitado a un solo emplazamiento. Anticristo (Antichrist, 2009) de Lars Von Trier o el microcosmos de la descomposición social de High Rise (2015) aparecen como muestras recientes de sus intenciones, esta última, además, proponiendo un desmadre de humanos autómatas común, que tiene un cariz de teatro del absurdo heredero de Fellini, Arrabal o el Jorodowsky más irreverente, y que no desentonaría junto a El ángel exterminador (1962), o la cualidad surrealista del fantástico Polaco de Wojciech Has.
Disclaimer. El último párrafo no es un SPOILER argumental, pero las conclusiones generales pueden dar alguna pista que redirija al espectador en su visionado. Entren bajo su propia consideración.
En el fondo hay una apuesta de Aronofsky por rescatar un cine olvidado que es digna de apreciar y disfrutar, el problema es que no acaba de salirle del todo y su penitencia de artista apesadumbrado por el daño que inflige a los demás (el mismo discurso egomaníaco de Damien Chazelle), está bastante visto y no acaba de cuajar del todo con su propuesta de recapitular la biblia en un microcosmos pese a que, en última instancia, se redime con su nihilista mensaje final, que desarticula los propios tropos teológicos que desarrolla, culpabilizando en última instancia a la propia religión (o la interpretación errónea de la misma) y la volatilidad de la razón humana como mal desencadenante del maltrato del hombre a sí mismo y a la madre! tierra.