Otra nueva película de hombre del saco que no tiene demasiado claro su público objetivo. Entre la baratija directa a vídeo y la película de amigos con demasiado dinero de alguna productora sin muchas ganas de comprobar el resultado de su inversión. The Bye Bye Man es, sencillamente, terrible.
El asombroso nivel de ineptitud de Nunca digas su nombre sorprende en una época en la que los estándares de calidad en el cine comercial parecían estar más altos. Un estreno medio puede ser más o menos entretenido, pero no cruza ciertas líneas rojas de estupidez. Podría decir que es tan inefable que es graciosa, pero sólo empezar a enumerar las interminables maneras en las que fracasa una y otra vez nos dirige hacia una catástrofe de tamaño monumental, sin atenuantes. El director Stacy y el guionista Jonathan Penner parecen haber visto la película Boogeyman, la puerta del miedo (Boogeyman, 2005) y se han propuesto hacer una película peor.
En realidad, este nuevo interés por los cocos cinematográficos han aparecido tras The Babadook (2014) y se une a películas directas a vod como The Crooked Man (2016) o Be Afraid (2017) en lo que nos gusta llamar la Babadooksplotation. Aunque su retahíla de clichés y lugares comunes roban, sobre todo, de Pesadilla en Elm Street (A Nightmare en Elm Street, 1984) y Candyman (1992), pero no ofrece absolutamente nada que no tengan alguna de ellas, lo que puede servir de acicate para algún ingenuo/desvalido fan del cine de terror que se acerque a las salas de cine por error.
Estamos en un período bastante fértil en el mundo del horror gracias a cineastas que utilizan el género para filtrar entre susto y susto temas universales a través de simbolismo macabro. Esqueletos, espíritus y lugares encantados que convierten lo sobrenatural en caminos de baches hacia la catarsis. El monstruo de Nunca digas su nombre daba la jugosa oportunidad de conectar su trasfondo con problemas enquistados en la sociedad de la violencia cuando sus poderes son inducir a la gente a la locura y el asesinato cruel. ¿Alguna pequeña reflexión sobre la cultura de los cultos o la influencia del poder sobre la capacidad de entregar su vida por una causa en el mundo islámico? ¿Algo? Busquen en otro lugar. Se limita a hacer una ramplona y grosera insinuación de que los chicos de Columbine, etc…, son víctimas del Bye Bye Man.
La falta de “mensaje” no es problema per sé, pero podría haber dado algo de personalidad a una película que cuanto más intenta explicar la leyenda del Bye Bye Man, peor se va poniendo. Si dices su nombre en voz alta él sabrá dónde encontrarte. Su venida se anuncia con monedas que aparecen de la nada pero en muchos casos aparecer antes de que alguien diga su nombre. También tiene un perro que se come tu cadáver y otras características de la mitología que parecen haber escrito en una tarde, apuntando lo que más les gustaba de unas cuantas películas de terror, para luego olvidarse de conectarlas entre ellas cuando llegó la hora de elaborar el guion.
Bye Bye Man quiere empujar a sus víctimas hacia la locura y la angustia con visiones inquietantes de tu temores —Sep, Pennywise también cabe dentro—, entre tanto, no faltan todos los clichés diseminados: dibujos garabateados de víctima traumatizada, un niño espeluznante, el protagonista escéptico que busca los orígenes del demonio en un ordenador de la biblioteca (momento google de rigor), todos. Nunca he tenido problemas con las convenciones del cine de terror. Creo que son elementos de conexión con el aficionado, marcas de agua, pecadillos veniales que añaden elementos de atmósfera y que pueden ser reutilizados una y otra vez. Pero cuando están todos, absolutamente todos, juntos resulta un constante recordatorio de la pereza y falta de creatividad de sus creadores.
E incluso así, no habría problema si hubiera cierta intención, cierta capacidad visual, algo en su factura que hiciera merecer la pena su experiencia. Pero es que todo, desde la actuación, el maquillaje hasta los efectos especiales, es simplemente atroz. Es lamentable que grandes películas independientes, terrores hechos por aficionados, con crowfunding, cuyos resultados marcan la diferencia y logran maravillas como The Void (2016), vaguen escondidas en los catálogos vod de las tvs a la carta y mientras películas como esta no pasen por algún tipo de filtro en las distribuidoras. Fácilmente, lo peor que hemos visto este año.