Aunque se haya convertido en una especie de película de culto en determinados rincones de la red, la película Turbo Kid no tuvo una distribución tan amplia como para calar más allá que en los circuitos de género más especializados. Tras su paso por festivales, su fórmula de explotación de elementos nostálgicos de los años 80 llegó en un momento en el que se empezaron a recuperar piezas del cine de videoclub de aquella etapa, con cortos virales como Kung Fury creando una tendencia nostálgica de la que se aprovecharon los directores del colectivo RKSS (Anouk Whissell, François Simard, Yoann-Karl Whissell) con su película postapocalíptica llena de neones y bicicletas. «Una de nuestras películas favoritas en la infancia fue Los bicivoladores. En aquella época se jugaba mucho más en la calle y esa es la razón por la que los niños en bicicleta se perciben como algo de los 80 y aparecen tanto en Turbo Kid como en Verano del 84. Son nuestros homenajes a nuestra infancia», comenta Whissell a «Slashfilm».
En su regreso a las cámaras, los directores decidieron dar un paso adelante y crear una película nostálgica más sobria, plagada de referentes al cine juvenil de los años 80 pero con un tono de terror más pronunciado. Sin planearlo, la preproducción coincidió con el estreno de la primera parte de IT, la nueva adaptación de la novela de Stephen King y la serie Stranger Things, que se sostenía, en parte, en los mismos referentes. Para tratar de distanciarse «eliminamos una referencia a Dragones y Mazmorras y nos centramos en el instituto, pero tras verla, me sentí realmente aliviado de que fuera tan diferente. Sí, hay niños en bicicleta, pero es otra cosa», comenta Whissell.
La diferencia principal de Verano del 84 con la serie de Netflix, películas con el sello de Joe Dante como Exploradores o con el espíritu Spielberg es, principalmente, la escisión de cualquier elemento fantástico y una voluntad más afín a películas de iniciación con aspectos más oscuros. «No se trata de estar a la moda o ser parte de este renacimiento de los 80 que es enorme en este momento» insiste Whissell, para el que lo verdaderamente importante de que se estableciera en esa etapa es que fue realmente «el final del sueño americano, cuando las personas no cerraban sus puertas y no tenían miedo de sus vecinos. Habría sido muy diferente si lo hubiéramos establecido en otra década. Las historias sobre personas como John Wayne Gacy, el vecino que asistía a las fiestas de tus hijos y era un asesino en serie hizo que esa falsa sensación de seguridad en el extrarradio fuera desapareciendo».
La idea de cine de niños contra asesinos en serie no es nueva. Sangrientos psycho killers sueltos en el barrio que llevan el terror a la apacible vida del pequeños pueblos en los que solo un grupo de menores tienen la valentía para enfrentarse a él. Casi un subgénero. En When Every Day Was the Fourth of July (1978) vemos muchas pautas que podremos reconocer en It de Stephen King y deja plantadas bases que reconoceremos en películas como The Icecream Man (1995), donde un grupo de niños debe enfrentarse al vendedor de helados del barrio, un demente responsable de grotescos asesinatos, en un absoluto disparate gore. Cuento de Navidad (2005) adelantaba la nostalgia de los 80 mucho antes de que Super 8 despertara el filón de “Goonies contra monstruos”, Paco Plaza enfrentaba a una pandilla de chavales a una Santa Claus asesina muy al estilo de Aux yeux des vivants (2014), en la que tres amigos se encuentran con el estudio de un monstruoso asesino y deben escapar de él en la versión de horror extremo francés de Los Goonies. En The Clovehitch Killer (2018) un adolescente comienza a sospechar que los crímenes del pueblo en el que vive están siendo cometidos por su propio padre, basado en el BTK killer y finalmente The Black Phone (2022) culminará esta tendencia con un elemento sobrenatural.
Desvío al paraíso residencial
Verano del 84 es la historia de Davey (Graham Verchere), un chico de 15 años que pasa la mayor parte del tiempo con sus tres mejores amigos. Al acabar el curso de 1984 pasan su verano entre tardes de aburrimiento y juegos hasta que se dan cuenta que el vecino de Davey, Wayne Mackey (Rich Sommer) podría ser un peligroso asesino en serie. Obsesionados con la posibilidad de atraparle, comienzan a vigilar sus movimientos y a seguir sus pasos para conseguir alguna evidencia necesaria para poder desenmascararlo y hacer que lo detengan, pero la tarea muy difícil encontrar la evidencia necesaria ya que Mackey es muy hábil ocultando sus rastros y, además, a medida que se van acercando a la verdad, aumenta también el peligro que se cierne sobre sus vidas.
Hay determinados proyectos cuya raíz nunca llega a arraigar más allá de la cubierta y el peligro de la nostalgia como abono puede descompensar los resultados por demasiada entrega en factores como la ambientación y el diseño de producción. En el caso de Verano del 84 hay un agradable juego de correspondencias con el aspecto visual de las películas que trata de imitar, atmósfera y ambientación están bastante conseguidos. Aquí no tenemos un vampiro en el vecindario, pero sí un crío que espía al depredador del bloque de al lado desde su habitación, al igual que el adolescente de Noche de Miedo. Un grupo de amigos con su club de operaciones como los de Una pandilla alucinante y muchos atardeceres con olor a Amblin pero con un eco más turbio, hay un punto de no retorno del inesperado que lleva a un oscurísimo clímax. Sin embargo, el conflicto amoroso central, destinado a darle un aura inolvidable a la historia, está llevado de forma pedestre, deja la sensación de que la historia es plana, predecible y con un tramo final con cambios tonales que evidencian falta de tablas de sus responsables. La relación de amistad entre los personajes nunca es memorable más allá de ver interactuar a estereotipos y el misterio está llevado de forma tan vulgar que deja un sabor a cine de sobremesa que estaba superado en filmes de menos ambiciones emocionales y más efectividad como Disturbia.