El cine de terror con monchitos lleva una temporada de racha desde que la muñeca Annabelle debutara en Expediente Warren, confirmando la tendencia que su director, James Wan, había ido cimentando desde su debut en Saw. Antes de que el objeto maldito de la casa de los Warren tuviera su historia de origen, e incluso su tercera secuela, una pequeña película se apuntó a la fiesta ofreciendo una mirada diferente a un tema que ya empezaba a estar algo sobado. Sin entrar en los paralelismos tecnológicos con Alexa de Muñeco diabólico ni usar el recurso del compañero de ventrílocuo con vida propia a causa de una maldición de Silencio desde el mal —el verdadero ensayo de marionetas posesas de James Wan—, The Boy consiguió convertirse en un pequeño éxito y recaudó unos 64 millones de dólares con solo un presupuesto de 10, por una parte sacando horrores de vieja escuela domesticados por algunos estándares modernos, creando también una suficiente base de fans como para asegurar el éxito de una secuela.
Según el director William Brett Bell a la página «Bloody Disgusting», en el momento de realizar la primera película «tuvimos una idea. Cuando comienzas a pensar en el concepto de franquicia, te abre muchas puertas. No queríamos hacer una precuela, pero había muchas cosas que podíamos hacer para jugar con las nociones preconcebidas de la anterior, porque no sabes si la han visto. Para entrar en esta tienes que involucrarte en esta historia, como si no hubieras visto nada antes. Ese tipo de juego al que jugamos al descubrir un juguete extraño, más raro de lo normal». Quizá esto sirva para consolar a los espectadores españoles, que no tuvieron oportunidad de ver la entrega protagonizada por Lauren Cohan en los cines, lanzada directamente para el mercado doméstico al no haber encontrado ninguna distribuidora interesada en apostar por el producto en la gran pantalla.
El chico infernal
Puede que quien no haya visto la primera película no quiera seguir leyendo durante unos cuantos párrafos, pero para afrontar la secuela es difícil no tener en cuenta los sucesos de aquella. The Boy narraba la historia de una niñera norteamericana (Lauren Cohan) que es contratada por una pareja de ancianos para cuidar a su hijo. La sorpresa viene al descubrir que el niño al que debe cuidar no es otra cosa que un muñeco a tamaño real, —un punto de partida no muy diferente al de la serie de Apple + y Shyamalan, Servant— que esconde más de un tétrico secreto relacionado con el pasado de la familia. Sin embargo, tras un desarrollo bastante tramposo, la película destapaba que el verdadero Brahms era un hombre adulto que vive dentro de las paredes de la mansión Heelshire, revelando que no había nada sobrenatural en el muñeco, siendo los Brahms los responsables de todos los acontecimientos espeluznantes dentro de la mansión. Las dudas cuando anunciaron una secuela empezaron con los tráilers de The Boy. La maldición de Brahms, confusos, como poco, al plantear una posesión sobrenatural sin mucho sentido, dado lo supimos en el acto final de la anterior.
«No es una secuela per sé, sino que va en paralelo. Sabemos que el giro enseñaba que no es sobrenatural, sino un tipo que sale de las paredes. Y entonces la presunción ahora realmente es si siempre fue el muñeco, si eso es lo que convirtió al chico de la primera, si eso es lo que lo volvió loco, asesino y malvado hasta que en última instancia, tuvo que ocultarse en las paredes. La duda es si hubo un efecto en él y ahora está teniendo un efecto en nuestro personaje. Veo La maldición de Brahms como una historia un poco independiente, pero creo que las dos películas se complementan entre sí y espero que se mejoren mutuamente». Comenta Brent Bell en la misma entrevista. En efecto, el planteamiento permite reevaluar el primer capítulo sin que la línea temporal sea especialmente relevante, un punto de partida que muchas segundas partes de nuevos títulos de terror están adoptando para crear más un mundo en el que pasan cosas que no un seguimiento a los mismos personajes.
The Boy. La maldición de Brahms se puede ajustar a varios subgéneros y entre ellos, vuelve al modelo de maternidad rota y no idealizada reciente en el cine de terror, en donde se cuestiona el rol impoluto de la madre a través del género, siguiendo una estela que veíamos ya en Los otros (2001), siempre asociada al gótico fantasmal con giro post El sexto sentido, pero su papel mostrando la maternidad erosionada inspiró caramente a El orfanato, entre otras. En Tenemos que hablar de Kevin (2011) teníamos una impactante visión realista del “hijo diabólico” a través de la mirada de una madre que no lo deseaba y desarrolla una compleja relación de animadversión. Babadook (2014) es el más claro ejemplo de relación entre la enfermedad mental, el fantástico alegórico y la madre no idealizada que marcaría el sendero para muchas imitaciones como Still/Born (2017), en la que la muerte de un gemelo en el vientre lleva a su madre a una neurosis sobrenatural que se asemeja a muchos síntomas en la espiral de la depresión posparto.
Cambio de reglas
La difícil premisa para conectar con el misterio, ya desvelado, comienza con Liza (Katie Holmes), una madre sola en su casa de Londres con su hijo Jude (Christopher Convery), envueltos en un violento home invasion que los deja a ambos traumatizados. Liza sufre pesadillas y Jude se vuelve hosco y mudo. Su esposo (Owain Yeoman) los lleva al campo por si el cambio de aires les puede ayudar, pero la cabaña que ha elegido forma parte de la finca de Heelshire, por supuesto, sin que la familia lo sepa. Un paseo familiar lleva a Jude al descubrimiento de Brahms, un muñeco de porcelana enterrado en la tierra. El misterio de cómo llegó allí es solo uno de muchos, pero se convierte en la nueva obsesión de Jude, un nuevo compañero que lo saca de su caparazón, pero su comportamiento se vuelve cada vez más extraño.
«La primera tenía un tono bastante directo. Una especie de regreso al gótico, hermoso, casi de ensueño. Realmente no era el mundo real. La diferencia es que estas personas del mundo real viven en una casa normal. Son una familia. Tocamos la mansión, pero no en la misma medida en que lo hicimos antes. Mantuvimos una especie de tono clásico, pero al mismo tiempo buscamos más intensidad que antes» explica Bell, sin faltarle razón en cuanto a su búsqueda de un tono más directo. The Boy. La maldición de Brahms es más afín a un thriller psicológico, con elementos del cine de niños malévolos y un toque sobrenatural. Sin llegar a ser especialmente estimulante, no recurre a los sustos de sonido habituales y su final redondea y resignifica la no demasiado espectacular primera parte, pero hay demasiados clichés por metro cuadrado y en su apuesta por el género de niños malévolos, que se atreve a cuestionar el rol tradicional de madre, crea una ambigüedad que comparte la reciente The Prodigy y esto podría ayudarla a desmarcarse, sin ir más lejos, de aquella. Sin embargo, la puesta en escena es tirando a plana, y no hace muchos aspavientos para salir de su tono letárgico, la sensación de podría darle a vuelta a los subgéneros que plantea se acaba diluyendo en un tedioso desarrollo y cuando llega el momento clave es demasiado tarde, pese a que no es una mala conclusión, no solo para la presente historia, sino para el primer acercamiento a la maldición.