Una secuela que amplifica, mejora y convierte en puro espectáculo todos los hallazgos de la primera, creando un espacio de juego que explora visualmente a través de una dirección virtuosa e inspirada, llena de sorpresas y códigos que van del expresionismo al gótico, encadenando incontables escenas de gran altura entendiendo el género como puro espectáculo de barraca en un artefacto estético absoluto. Su coreografía del susto marcó el devenir del género comercial e independiente de los años siguientes.
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the conjuring 2 (2)

Decía el director James Wan que iba a abandonar el género para siempre. Pero tras la decepcionante Insidious 2 sus fans sentían que había una cuenta pendiente. Ninguno se creía la promesa del director. Actos de fe. Hay que creer que en realidad estaba bromeando y por arte de magia aparecerá de nuevo. Es también acto de fe considerar al director un maestro, el icono del cine de terror de nuestro tiempo. Y lo es también, entonces, creer que no ha hecho ya cuatro veces la misma película de terror o que  tiene realmente un discurso y claves propias en su cine y no que, más bien, es un artesano tremendamente virtuoso y eficiente, cuyos intentos de humanizar sus películas discurren por la delgada línea entre la cursilería e incluso lo rancio. Pero claro, partimos del acto de fe absoluto, que nos permite ver cuarto milenio con interés cuando nuestra formación, educación y cultura nos hace repudiar la superchería. Y lo mismo con la tradición del terror de ascendencia judeocristiana.

La mayoría del fenómeno Wan y otros aledaños, como Deliver Us from Evil, pertenecen a un nuevo movimiento, cada vez más creciente en los Estados Unidos, de cine católico, que parece querer evangelizar al mismo tiempo que consumes tu menú de palomitas y bebida extra grande. Y aquí, se nos requiere el acto de fe supremo, que durante las dos horas de proyección nos creamos que existe el mal absoluto, los demonios, los exorcismos y los poltergeists. Y en esos momentos, claro, es donde la maestría del director se hace patente.

La recreación del caso real de Enfield es un truco de magia, en el que sabes que hay un gato encerrado pero te encanta ver y actuar al ilusionista jugar con tus expectativas y, finalmente, sorprenderte. Por eso, todas las críticas que dan vueltas a la carga ideológica omnisciente o “el mensaje retrógrado” son el típico caso de no querer dejarse engañar, ignorando que a veces hay que dejarse torear para disfrutar, y que no hay nada de malo en ello. Especialmente cuando el juego que se nos propone es de una altura como la que se está ofreciendo. Puro espectáculo de interacción con el público fuera de la pantalla. Juego Hitchcockiano socarrón, de timing preciso y movimientos de cámara que siguen el ritmo del pulso del propio corazón humano. Wan dirige el zoom, parte el plano, desenfoca o deja fuera de campo lo que no quiere que veas y maneja la tensión como un director de orquesta. Cuando ya tiene todos los elementos plantados y engrasados, se dedica a regarlos con imaginería visual cuidada y seleccionada para crear el delirio entre los fans del terror italiano.

James Wan también un aficionado y se deleita calcando planos de Paura nella città dei morti viventi (1980) de Fulci en la sesión de espiritismo, resamplea oscuros títulos de culto como Desecration (1999) y sus pinturas de monjas diabólicas, incluso otros horrores de convento como Dark Waters (1994). Los referentes más obvios siempre están ahí, pero la coda visual a títulos olvidados con cada vez más relevancia como The Sentinel (1977) o The Exorcist III (1990) confirman que bajo el evento de estreno millonario hay un connoisseur con ideas, motivado y con ganas de superarse a sí mismo. En el lado “negativo”, el carácter de gran épica paranormal hace que Wan estructure la película como un conjunto de set pieces, que si bien todas funcionan, hacen que el todo no sea tan fluido como su primera parte, por algún desajuste en el ritmo, y también en secuencias que no parecían propias del director en su momento, injertos algo forzados como las apariciones de ese hombre retorcido , que además es presentado con un barniz de CGI, que enmascara el trabajo de Javier Boter y contrasta con el cuidado diseño de producción y ambientación de la película, lo que le saca a uno un poco del estado hipnótico que había conseguido manejando elementos que sí están en frente de la cámara. El final será criticado por tópico y hollywoodesco, pero es un manejo de la tensión tan armónico y orquestado que acaba en catarsis y soplo de relajación. Pese a ser algo abrupto, mejora el de la primera parte.

 

En lo concerniente al caso real, es encomiable el trabajo de documentación, reflejo y conveniente deformación de los hechos que ocurrieron a la familia Hodgson. Expediente Warren convierte la historia original en un caso de Ed y Lorraine, cuando en realidad, apenas aparecieron por allí para hacerse la foto. Sin embargo, los personajes, hechos, e investigaciones se entrelazan de forma natural, sin renunciar al aspecto didáctico para los interesados en el caso. Los giros de éste en la realidad son los mismos, incluso llegando a utilizar a su favor la desmitificación y cuestionamiento de las evidencias reales. Como en la primera parte, imaginamos que todo podría haber sido así, que la pareja de zumbados y vende humos, era un dúo de superhéroes de cómic. Todo es real. Todo es puro cine. The Conjuring 2 pone el listón a un nuevo nivel, muy por encima de su precedente en cuanto a cantidad, técnicas y calidad de sus secuencias aisladas, pequeños momentos de terror como cuadros independientes dentro de una misma exposición. La muestra de un científico en busca de la fórmula perfecta para el cine de terror.

Curiosidades sobre la película

Dentro de poco tendremos algunas curiosidades

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