Hace ya más de una década un movimiento dentro del cine de terror retorció el brazo de la MPAA elevando el baremo de contenido violento permitido dentro de una calificación R. El llamado torture porn, con Saw como ejemplo significativo, conoció una de sus cimas con Hostel, la segunda película de Roth, que le encumbró como heredero moderno de Herschell Gordon Lewis. Pronto se apuntó al carro del efecto Grindhouse, creando uno de sus más laureados falsos tráilers. Tras conocer el éxito en taquilla, convertirse en un activo productor de terror de bajo presupuesto, y actor en papeles secundarios, tardó seis años en regresar con El infierno verde, su intento de continuar recuperando clásicos de la explotación para darles chapa y pintura.
El cine caníbal italiano fue un subgénero grueso del mondo, de eclosión copiosa en los 70 y primeros 80, con el escándalo internacional que supuso Holocausto caníbal como detonante. Su carácter de mockumentary engañó al mundo, que pensaba que lo que pasaba en pantalla era real, mientras que Roth «de pequeño, veía esas películas pensando que estaban hechas por criminales convictos que realmente habían matado a gente». El carácter hiperrealista de la obra cumbre de Ruggero Deodato hizo que Roth tomara la decisión de utilizar una tribu real de una parte remota de Perú, lo que dio lugar, claro, a una buena colección de anécdotas. «Tuvimos que explicarles lo que era una película, no conocían ninguna, nunca habían visto una televisión». Como ejemplo, les enseñó la propia Holocausto caníbal, que encontraron muy divertida (sic). En realidad, El infierno verde guarda gran parecido con Caníbal feroz, otra favorita del director, que no duda en afirmar que buscaba ir más allá del grindhouse, citando como influencia documentales de prestigio como Baraka o autores como Herzog y Terence Malik.
EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS
Las buenas intenciones de Roth se ven limitadas por un argumento que sigue un esquema conradiano de manual. Justine (Lorenza Izzo) es una universitaria hija de un importante abogado de Naciones Unidas. Su compromiso con las causas humanitarias la lleva a contactar con un grupo de estudiantes activistas dirigidos por Alejandro (Ariel Levy), que planea una protesta contra la tala de una selva peruana donde una milicia ha sido contratada para expulsar a una tribu nativa. Alejandro convence a Justine para unirse al grupo en su misión más peligrosa: ir a Perú, al centro mismo de la selva amazónica. Al llegar, se esposan a los bulldozers, mientras Alejandro retransmite la hazaña en vivo desde su móvil. Los soldados amenazan con volarle la cabeza a Justine pero, al estar en directo, se retiran. Cuando quedan libres, Justine se da cuenta de que Alejandro lo había preparado todo, utilizándola como resorte de seguridad, gracias a la posición de su padre. Cuando vuelan fuera de la zona de conflicto, el avión experimenta problemas en el motor y se estrella en la selva. Los que sobreviven al accidente son capturados, irónicamente, por la tribu nativa que estaban tratando de salvar. Pronto se percatan, de forma traumática, que los indígenas son caníbales que planean matarles y comérselos.
El director no titubea al expresar que quiere ver a los personajes de su última película «siendo comidos por otras personas». Esa mirada fría sobre sus héroes refleja una visión satírica del activismo en la era digital; Roth cree que «no les importa tanto salvar el bosque como ser admirados por su gesto. No lo hacen porque crean en la causa sino por quedar bien de cara a la galería». El castigo que reciben los universitarios, es el espejo en el que se mira el fracaso del voluntariado de postal, ese que «es tan fácil como pulsar un botón en tu teléfono desde el sofá, más que crear una inconveniencia en tu vida». Analizando su obra, encontramos que tampoco suele mostrar demasiado aprecio por sus personajes. Quizá por su carga de cinismo y crítica, o bien para que no nos duela tanto verles sufrir de las formas más sádicas imaginables. Los jóvenes de Cabin Fever y la saga Hostel, son sacos de hormonas sin cerebro a los que en algún momento llega a apetecer verles pasarlo mal.
GORE Y AVENTURA
Puede que por el cariño que el director cogió a los figurantes nativos, o, sencillamente, porque los protagonistas son idiotas, la terrible tribu caníbal acaba en buen lugar frente a los activistas o mercenarios. Hay cierta ingenuidad en su comportamiento, salvaje, sí, pero con una coartada de supervivencia y tradición. Devorar carne humana forma parte de su naturaleza, sin entrar en juicios de valor. Esa mínima empatía salva a Roth por los pelos de las críticas de racismo, esperables cuando se recupera un elemento de ficción aventurera más propio de literatura colonial.
Ese elemento de aventura es el que eleva El infierno verde sobre el resto de la obra de Roth. Gracias a la fotografía en exteriores y un uso de la puesta en escena mucho más meditado, consigue retratar los coloridos diseños de la tribu caníbal, en precioso contraste con el emplazamiento selvático, también buenas escenas de tensión como la llegada de los activistas al poblado, pero no consigue alejarse del todo de su filia hacia el cine adolescente y el espíritu Porky’s del que parece no querer desprenderse. En esa factura de viaje oscuro, se asoma un cine de más altura que muere a base de desvaríos chabacanos marca de la casa, algo incomprensibles, que sirven de relleno en la trama creando ligeros baches narrativos. Lo sorprendente, sin embargo, es que muchas de las críticas de los aficionados, tras su pase por festivales, es que «no era para tanto», ni digna de tanta polémica, con escenas como el primero de los brutales festines de los indígenas, bordeando los límites del salvajismo cinematográfico en detalles como un niño indígena corriendo con una pierna cortada como botín, como si los desmembramientos, cabezas cortadas y diseño sádico de las escenas violentas no fueran suficientemente crueles.