La directora de la escena indie de Los Ángeles Anna Biller ya tenía cierta consideración de cineasta de culto gracias a sus cortometrajes y debut en el cine: una comedia sexual en la que se burlaba de los «nudie cuties» y el cine pre-pornográfico americano. Pero la corriente festivalera ha ido colocando a su The Love Witch como una favorita entre los amantes del cine alternativo al recuperar la fibra de cine de brujas y satanismo, típica de los circuitos ocultos de las salas de arte y ensayo de los años 60 y 70. Su gran diferencia con otros ejercicios de recuperación del estilo vintage post-grindhouse es que, además de su arquitectura visual, ofrece una gran carga de sátira de género; Biller se considera «feminista y sé que las ideas de la película también lo son. Pero mi propósito al crear esta pieza no es hacer un manifiesto sino crear un perfil psicológico que refleje algunas de mis experiencias como mujer». A este respecto, la ideología de la película no deja dudas y plantea un juego de complicidad con el espectador que da una vuelta al cine de Russ Meyer para intelectualizarlo desde la perspectiva de una corriente concreta y actual, siempre bajo un filtro de colores salido de alguna obra de Hitchcock o Jacques Démy, aunque la imaginería también se aprovecha de la iconografía y texturas de rarezas como The Witchmaker, The Naked Witch o las suicidas propuestas de Kenneth Anger.
La trama sigue a Elaine (Samantha Robinson), una joven y hermosa bruja empeñada en encontrar el amor a base de conjuros y pócimas que le permitan seducir a cualquier hombre, a los que deja enganchados, hasta un límite de locura, antes de matarles. Cuando por fin encuentra al hombre de sus sueños, su deseo se convierte en desesperación y demencia. Biller se revela como una exploradora del cine de explotación, pero su tono estático y lleno de diálogos recuerda a La estación de la bruja de George A. Romero, cuyo discurso feminista a través del fantástico, tiene mucho más calado cuarenta años después. Algo que no se le escapa a Biller, cuya mirada a las intersecciones de género, sin embargo, no redimen al conjunto de ser bastante irregular. Con sus dos horas de metraje, The Love Witch se hace extremadamente larga. El exceso de material a tratar diluye su esplendor visual en un guion lleno de problemas estructurales, en donde las escenas se suceden de un lado a otro, sin condensarse como un todo coherente. Con todo, es entendible su validación como obra de culto en determinados sectores del público que se identifiquen con sus ironías heteropatriarcales.