Cuando el canal AMC descubrió la gallina de los huevos de oro con las aventuras de Rick Grimes y compañía, no esperaba que aquello no parara de crecer y crecer, por lo que, una vez asegurado su éxito, no dudaron en explotar la marca que ha hecho de la creación de Robert Kirkman una pieza fundamental en la cultura popular del siglo XXI. La primera prueba, de sólo ocho capítulos, obtuvo tal respuesta que no dudaron en repetir la jugada con el doble de episodios, divididos en dos bloques separados que cubrían prácticamente todo el periodo de espera entre temporadas de The Walking Dead. La difícil tarea de ofrecer una historia propia y avanzar en el fenómeno se le plantea a su showrunner, Dave Erickson, como una oportunidad para «empezar a unir todas las piezas y ver en global cuál es el alcance de la destrucción, qué es, y hasta dónde ha llegado. Una de las razones por las que adoro “28 días después” es que, al menos en la primera, surgía la cuestión “¿Es sólo Inglaterra?” ». Efectivamente, en esta segunda temporada tenemos una huída hacia delante en la que pasamos de vivir la explosión de la infección a abandonar los Estados Unidos en barco.
Separarse de la creación original era «el mayor desafío de esta serie. Hay ciertas convenciones y clichés que van de la mano con el género. Y tienes que abrazarlas hasta cierto punto: necesitas encontrar un sitio para vivir, una manera de sobrevivir, hacer un fuerte y protegerte» comenta Erickson. Las limitaciones argumentales de supervivencia en el mundo zombie son obvias, tras el desgaste de las seis temporadas de su predecesora, pero «al final, todo trata sobre las dinámicas de estas familias desestructuradas, solo que amplificadas al poner de fondo el Apocalipsis. Sí, también hay muertos vivientes y partes del cómic, pero mi esperanza es que si establecemos los cimientos de la historia en sus disfunciones específicas, habrá mucha parte de las tramas que se pueden hilar a partir de ahí ».
Tras una primera temporada a caballo entre el viaje en barco de y tierra, Madison (Kim Dickens), Alicia (Alycia Debnam-Carey), Victor Strand (Colman Domingo) se separan de Nick (Frank Dillane), que elige su propio camino entre los muertos tras resentirse su relación con su madre. Mientras tanto, Travis (Cliff Curtis) y Chris (Lorenzo James Henrie) van por su parte, tratando el primero de recuperar la confianza de su hijo tras tener que matar a su madre transformada. Todos siguen hacia el Sur, acercándose a México, comprobando que en la frontera las cosas no están mucho mejor. Mientras el grupo de Madison busca refugio en un complejo hotelero, Nick se enfrenta a una banda y Travis y su hijo se encuentran con diferentes peligros en la carretera.
A pesar del movimiento, del cambio de localizaciones dividiendo la acción en las distintas historias de cada grupo, y su espíritu de road movie, muchos personajes siguen siendo, sencillamente, insoportables y Fear The Walking Dead abraza tanto su condición de drama –o más bien de telenovela–, que es complicado no pensar que, en el fondo, hay cierta intención corporativa de llegar a los estratos de edad que tal vez se le resisten a The Walking Dead. Como una versión lavada de esta, FTWD compite con otras series de terror dirigidas a adolescentes ubicando en su reparto caras atractivas y conflictos más vacíos, usando, además, la coyuntura de “gran obra de personajes” para evitar chapotear en las zonas pantanosas del género, del que, incluso sus responsables, a veces parecen querer huir. De ahí que el resultado, cocinado con el piloto automático, lima la garra de las tramas, pergeñando un fláccido deambular de personajes que aburren en un argumento demasiado diluido.