‘Ouija: Origin of Evil’ (2016) review

Un ejercicio de clasicismo casi minimalista que cuida cada detalle de su traslación de un guión derivativo de tal forma que hace creíble a cada uno de sus personajes y conflictos. Tensa e interesante en todo momento, requiere la misma paciencia que muestra su director al dosificar sus elementos de impacto hasta su tenebroso último acto.

La carrera de Mike Flanagan ha sido propulsada por un trío de películas vistas este año. Junto a esta, ha estrenado la correcta Hush (2016) y el incomprendido cuento de hadas oscuro Somnia (Before I Wake, 2016), que se ha ido retrasando en algunos países. Al terminar de ver Ouija: El origen del mal, lo primero que viene a la cabeza es que el trabajo de este director pide a gritos ser evaluado en conjunto, como un todo que ayude a asimilar de una vez que no es un director que trate de avanzar o innovar algo en el género al que parece tener un cariño especial. Todas sus últimas muestras son una confirmación de que Flanagan es un artesano que va mejorando con cada una de sus películas.

Es conveniente olvidarse de la primera entrega de la película para poder ver esta precuela sin prejuicios. Pese a la conexión de los personajes y la casa con la primera, prácticamente puede verse como películas separadas. La mayor diferencia es que Ouija: El origen del mal es una bastante buena película de terror y la primera dolorosamente inane. Su condición de precuela es la excusa perfecta para ambientarla en los sesenta y matar dos pájaros de un tiro. Por una parte, Blumhouse tiene la excusa perfecta para buscar un fascímil de Expediente Warren (The Conjuring, 2012) y llenar el hueco que dejó James Wan, y por otra Flanagan puede explayarse en su clasicismo, tanto estético como narrativo, para hacer que el escaso presupuesto juegue a su favor.

Ouija 2 se siente como una película de bajo presupuesto. La ambientación y el look vintage no están tan conseguidos como le gustaría a sus creadores, y pese a trucos como utilizar quemaduras de cigarrillos, el aspecto que refleja es el de una pequeña película de bajo presupuesto, casi como una de esas películas de terror para televisión del canal ABC en los setenta. Eso no es necesariamente malo. Puede que todo lo contrario. Gracias a este aspecto contenido, la búsqueda de atmósfera y el desarrollo lento juegan a favor de un sabor general que crea una consistencia prácticamente inédita en el cine de terror actual. Puede que decepcione a los adolescentes sedientos de sustos o sangre, pero su opción narrativa, llena de silencios y espacios para dejar respirar la historia, dota de una cualidad atemporal al conjunto.

La historia que plantea, una madre soltera tratando de sobrevivir en una época dura, con dos hijas coquetea con las obsesiones familiares del cine del director, mientras le permite desarrollas las historias de todos los personajes a placer, sin acelerar la aparición de los elementos más terroríficos y fantásticos, que se dosifican con mesura. El referente más inmediato en cuanto a los elementos argumentales sería El Exorcista (The Exorcist, 1973) aunque la posesión no camina hacia un exorcismo tradicional (ojo a la referencia directa a su tercera parte al final), sino que prefiere explorar el poder de la asombrosa actuación de la niña protagonista para mostrar un mal que, curiosamente, reserva sus manifestaciones más grotescas en momentos en los que el personaje está más aislado, reservando esa información para el espectador.

El tono de terror que se elabora lentamente y se va metiendo bajo la piel, parece que ha tomado buena nota de  la sobriedad de Al final de la Escalera (The Changeling, 1980), incluso la paleta de colores recuerda a ella. El gran acierto de el director de fotografía es utilizar  todo tipo de técnicas de los sesenta, basándose particularmente en el uso de zooms serenos, movimientos de cámara muy suaves y una iluminación telúrica que deja a los personajes embebidos en claroscuros sutiles que van dejando caer lo que confirma el tercer acto. Ouija 2 mete las manos en la oscuridad sin miedo a mancharse las manos, y es lo que la eleva de otros thrillers sobrenaturales que se han estrenado este año. Por cierto, durante su último tramo uno no puede dejar de pensar en Aquella casa al lado del cementerio (Quella villa accanto al cimitero, 1981). En definitiva, un ejercicio de retrohorror con algunos exabruptos y descompensaciones pero sólida y mucho más templada que los blockbusters que se supone que imita.