Muchos son los que esperan al músico y director Rob Zombie con los cuchillos afilados, tratando de despedazarle a la mínima salida del tiesto. Su última obra, la onírica, delirante y profundamente demoníaca Lords Of Salem (2012), está tan alejada de su cuerpo de trabajo habitual que se podría juzgar como un trabajo aparte, una nueva etapa cuyo punto de visagra fue la interesante y caótica Halloween II (2010). Obviamente, los fans deLZombie más sucio no supieron apreciar las texturas de autor más allá del slasher influenciado por Tobe Hopper y le condenaron a un autoexilio del mundo del terror que no parece que haya tenido efecto. Justo cuando se empezaban a ver capas de un verdadero autor de terror más allá de sus habituales escenarios, ha vuelto a dar lo que se le reclamaba. Otra variación de su esquema setentero, cine de suciedad gratuita y ornamentación pesadillesca, añadiendo gore y violencia a puñados y diálogos sobrecargados, muy lejos, esta vez, de crear el impacto que pretenden.
Su punto de partida es muy jugoso, con una serie de personajes completamente aleatorios (vale, los personajes nunca han sido el fuerte del director, pero en esta ocasión llegan a ser tremendamente irreales y molestos) encerrados en un juego de caza humana al estilo de Perseguido (The Running Man, 1986) pero en una especie de feria sacada de La casa de los horrores (The Funhouse,1980). Hasta cierto punto, las locuras de Zombie hacen que el lugar sea escenario de una posible película de culto, incluso la iluminación suspiriesca recuera a los mejores momentos del debut del director, y una vez empieza la cacería y la lucha descarnada, con cuchillos y motosierras el espectáculo es moderadamente entretenido, pero la repetición de situaciones y cierta monotonía formal se convierte en un lastre del que su más atinado final no puede llegar a salvar.
31 es larga. Demasiado larga para una idea que clamaba por una narración compacta y sin las constantes descompensaciones de guión en boca de sus supuestamente icónicos payasos. Una pena, puesto que un proyecto gamberro y libertino como este clama por un sentido de la diversión cruenta como el que podría mostrar un Capitán Spaulding, y se queda en luchas de ultragore que ya vimos, con más gracia, en Masacre en Texas II (The Texas Chainsaw Massacre, 1986). Y es que revolcarse en las cenizas de antiguas glorias no va a traer la efectividad del torture porn de vuelta.
Como trabajo de amor hacia su esposa, puede despertar nuestras simpatías. Parece mentira que un director siga teniendo esa confianza en su musa, que si bien en su anterior interpretación funcionaba a la perfección, en esta resulta algo reiterativa en su enésima encarnación de loca del coño con maneras de stripper. No se puede negar que 31 es una obra de autor. El conocimiento cinéfilo sigue supurando por cada uno de sus poros: no es habitual encontrarse con obras que rememoran el ambiente malsano y la atmósfera freak y la suciedad underground de obras como Malatesta’s Carnival of Blood (1973), pero la desgana de la fotografía, apoyada en molestos primeros planos, y el muy mejorable guión la relegan al fondo más prescindible de la obra de Rob Zombie.