Había mil versiones posibles para un remake, reboot o reimaginación de un mito del cine fantástico de los ochenta, y probablemente ninguna de ellas puede encajar al cien por cien con las ideas preconcebidas con las que millones de aficionados de todo el mundo pudieran entrar al cine. El odio hacia los remakes es y ha sido una constante, pero en el caso de este proyecto, la inversión de sexos ha sido un detonante de supuestas infancias violadas y torrentes de bilis caústica en las redes. La elección de un director tan poco dotado para la impronta visual como Paul Feig, tampoco ha ayudado a la percepción inicial de un bienintencionado artefacto que obvia desde un principio añadir al canon fantástico o de terror de su tiempo y decantarse por la vanguardia de la pura comedia americana, representada por cuatro de sus rostros más brillantes.
La comparación es, entonces, innecesaria y pesada. La original conseguía que tanto sus efectos y sus momentos de terror entraran perfectamente en el engranaje de las producciones de su momento, funcionando como inevitable contrapartida paródica y tuerca de gran producción de los guettos de la serie B. La nueva cazafantasmas prefiere apoyar el culo en la parodia de la propia parodia. Siendo prácticamente un capítulo más de los trabajados sketches cinematográficos típicos del programa de donde provienen las actrices. Feig no está interesado en el género, sino en los personajes, su interacción y el clima festivo, que se crea en torno a las científicas, y parece destrozar en trocitos las películas de Reitman y el colorido aventurero de la serie infantil para revolcarse, bañarse y bailar encima de esos pedazosa ritmo del groove más vacilón de las múltiples variaciones del tema de Ray Parker Jr.
Un juego que quizá requiera demasiada participación del espectador —la conexión con las actrices y sus trabajos es imprescindible—, y el humor adecuado para entrar en los sutiles sarcasmos y juegos de palabras que plagan el guión, cuando no, directamente, saber disfrutar de unos cuantos genios de la comedia haciendo el payaso. Cazafantasmas tiene su propia atmósfera y, como cuando cuentas muchos chistes malos, crea un estado de absurdo desternillante, que invita a divertirse y olvidar vacas sagradas, nostalgias y líneas rojas. El tercer acto es una delicia de acción y terror fantasmal multicolor, con el diseño de muchas de las entidades especialmente creepy y memorable, que pierde en el lado de la comedia, pero apunta directamente al corazón nerd de los aficionados con las diversas armas creadas por Holtzmann y kilotones de disparos con los equipos de protones. Inesperado caviar friki coronado con portales interdimensionales y camaradería 100% Newyorker.
Un divertimento imprescindible para este verano y una de las mejores comedias de terror ligero de la década, quizá lastrada por un exceso de bromas a costa del secretario buenorro y presencia desmedida de la familia moquete, pero que nunca amarga el viaje, coronado por los breves pero cariñosos cameos del reparto original, invitados de honor de una fiesta pensada para desparramar la bebida, bailar y manchar los trajes demasiado elegantes.