La abuela (2021) review

99 minutos
España
Un cuidado aquelarre en el Barrio de Salamanca de Madrid que bebe más del cine de terror clásico de lo que pudiera parecer y esconde una cuenta atrás inexorable llena de simbolismo, pistas y secretos ancestrales que tan solo podemos intuir. Una obra llena de matices y un ritmo flemático, que va envolviendo de maldad sus fotogramas para completar un binomio oscuro madrileño con Verónica (2017). Nos adentramos en algunos de sus secretos, claves, referencias e influencias.
2022
9
9/10
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SPOILERS de la trama de principio a fin.

La nueva película de terror de Paco Plaza se construye sobre un guion de Carlos Vermut a  partir de una idea del propio director que, según ha comentado en diversas entrevistas, surgió cuando contempló la lenta decadencia de un familiar, así como de su experiencia en diferentes hospitales durante el rodaje de su estupendo thriller gallego Quien a hierro mata (2018). La idea del horror a la vejez, sin embargo, no
sorprende en la filmografía de un autor cuya obra ha estado siempre presente en el tejido social de España, con su particular mirada a las relaciones familiares y cómo estas conectan con lo cotidiano entre diferentes
generaciones. La capacidad empática de Plaza define su facilidad para dibujar personajes y conversaciones que resultan reales y cercanas sin que esto suponga una fricción para la aparición de los elementos fantásticos, casi una evolución más sosegada de las dinámicas de tebeo Bruguera de Álex de la Iglesia y una puesta en práctica de los elementos claves de la ficción de Richard Matheson o Stephen King aplicados a las particularidades culturales de España.

 

 

El tema de la vejez no es extraño en la obra de Plaza, ya era la idea central de su corto Abuelitos (1999), pero en La Abuela no solo se trata la gerontofobia, sino que hay un componente familiar turbio que no es tampoco ajeno a su obra. Ya en El segundo nombre (2002) existía un componente subversivo de familias que se devoran a sí mismas, con el sacrificio de la descendencia como parte de rituales ocultistas, y aunque el tono es muy diferente, ambas son sus dos películas con menos humor, más atmosféricas y asfixiantes. En su  argumento no hay ninguna sorpresa, tras una escena inicial que muestra todas las cartas desde el principio, aunque de una manera silenciosa y llena de misterio, una joven modelo vuelve a Madrid para encontrar a alguien para cuidar de su abuela, quien la crio como a una hija, y su visita se convierte en una pesadilla en la que debe solucionar varios frentes laborales a distancia mientras se ocupa con paciencia de los cuidados de la
anciana, víctima de un ictus y en estado casi catatónico.

El guion de Vermut no tiene prisas en introducir escenas de horror y presenta la situación como un lienzo para el trabajo de las dos actrices, siendo la contraposición de ambas mujeres el elemento más común a su filmografía, con diversos juegos especulares que van reflejando la idea de la decadencia, la belleza y el éxito, no ajenos a Quién te cantará (2018), pero que nunca llega a perder la perspectiva de una situación común a la mayoría. La abuela invierte tiempo en su representación de la dependencia, sin escapar nunca de los detalles menos agradables. Las deposiciones, las duchas, la comida a cucharadas… la idea de la vulnerabilidad se explota casi sin palabras en diferentes montajes que se van sucediendo de forma algo repetitiva, de tal forma que la visión inevitable del destino oxidado de uno se hace imposible de eludir. Son estos los momentos en los que Plaza pone a prueba al espectador, perjudicando algo el contenido fantástico de la obra pero obligando a confrontar el temor más profundo, el mirar la decrepitud propia, cómo se difumina la importancia de la juventud frente a un proceso inevitable. Tanto es así que cuando llegan las escenas de terror más familiares sirven como verdadera vía de escape más lúdica pese a lo tenebroso de su planteamiento.

Plaza y Vermut abordan el reciente subgénero de horror geriátrico con un relato mucho más centrado en el propio elemento social, superando por muchos enteros propuestas como Relic (2020) o The Manor (2021) y haciendo algo así como una versión inversa de The Father (2021) en la que se toman los mismos referentes espaciales de la trilogía de los apartamentos de Polanski, quizá centrándose más en Le Locataire (1976), en su uso de paleta de colores y oscuridad. También aparece el plato de comida llena de gusanos de Repulsion (1965) y hay mucha afinidad temática con Rosemary’s Baby (1968), cuya tipografía es recreada para el título sin dejar dudas de sus referentes. Una de las variaciones del éxito con Mia Farrow más famosas en los años 70 fue The Sentinel (1977), una película que ya había inspirado muchos momentos de Verónica (2017) y que aquí vuelve a ser un referente temático, con esa protagonista modelo que tiene flashbacks de las orgías de su progenitor, metido en diferentes tramas ocultistas que repercuten a su descendencia. También la presencia de alguien mirando desde la ventana, o esa aparición del anciano semidesnudo en medio de la noche, una de las primeras apariciones de la vejez como elemento perturbador del terror moderno. No es de extrañar que muchos encuentren similitudes con la película de Plaza y Hereditary (2018), ya que la película de Michael Winner también sirvió de inspiración a Ari Aster en y que parece que ha marcado la tendencia del género actual, como la aparición de la mujer en los pasillos de It Follows (2014).

 

Y aunque es muy fácil conectar La abuela con esa serie de terrores de autor de marca A24, especialmente por su paciencia y delicadeza a la hora de plantear sus escenas de tensión, Plaza tiene una caligrafía mucho más clásica y europea, y sabe que el uso de señoras de la tercera edad como elemento terrorífico no es un invento reciente. Detalles que a primera vista no trascienden, como la ausencia de espejos en la casa, dejan espacio para conectar la idea de la eterna juventud con The Picture of Dorian Gray (1890) y el cuadro que refleja su verdadero yo, aquí funcionando a la inversa, siendo los retratos de pintura la forma predilecta de verse así mismas para estas brujas que, como las vampiras, parecen odiar los espejos, además de poner en práctica a su manera los trucos de belleza de la Condesa Bathory. Desde la mujer de negro que levita de The House on Haunted Hill (1959), pasando por el final de Burnt Offerings (1976) y todo el subgénero hagsploitation, o la presencia de brujas familiares como La tía Alejandra (1980), Plaza y Vermut saben que su aportación llega en un punto en el que se debe cuestionar la figura del anciano como monstruo en sí mismo, por ello dotan de un cierto cariz de relato moral o cuento de hadas oscuro coronado por un sensacional tercer acto tenebroso que parece recrear La gota de agua de Mario Bava, autor cuyo juego de oscuridad y caras iluminadas en La fustra e Il corpo (1963) es otra inspiración confesa de Plaza.

El guion de Vermut se recrea en la idea del duelo entre una joven cuidadora y una moribunda en la cama, explorando una relación perversa que implica una dinámica de maldad planteada en relatos como El diablo de Guy de Maupassant, con algunos parecidos interesantes con la versión del mismo que se hizo en la serie española El quinto Jinete (1975). Aquí, la bondad inherente de Susana es puesta a prueba por su abuela Pilar, que finge su ictus para atraer a su nieta a tiempo para el día de su cumpleaños, mientras la lleva a la locura con un sibilino plan para retenerla cueste lo que cueste. El subtexto más a la vista contrapone el cuidado de los ancianos en el mundo real con un paulatino hastío que pueden provocar sus diferentes dificultades. Desde la desaparición sin rastro a la risa incoherente frente al televisor, todo son resortes reales que afectan a la paciencia de los que cuidan, y el personaje de Almudena Amor lo vive a costa de perder una gran oportunidad laboral que la lleva a desesperar tanto como para llegar a preparar un puré con un motivo ruin –ojo al sutil zoom de la cámara a su cabeza mientras lo prepara— que recupera una pista anterior cuando la abuela se atraganta por un pedazo de verdura mal picado. Este acto supone la corrupción final del recipiente, un requisito esencial para completar el ritual maligno que parece formar parte del plan.

Y aunque parezca que todo está contado en su escena inicial, hay muchos detalles que la película va desperdigando que esconden mucho más de lo que se puede notar a simple vista. El abyecto plan de Pilar se remonta a la infancia de Susana, que dice, con ingenuidad, que sus padres murieron en un accidente cuando era joven. Criada por su abuela desde bien pequeña, causalmente la ha dejado como única descendiente para ocuparse de ella y se pone enferma justo cuando su nieta le comunica que no podrá acudir a su aniversario. La turbia escena del día en el que las amantes marcan el destino de las dos niñas, cortándoles la coleta y dándoles de beber un enigmático brebaje, explica algunas de las pesadillas de Susana, quien encuentra en su diario –escondido en una contraseña de Estopa– una escalofriante visión de su abuela como un dinosaurio, dejándonos otra pista del mal ancestral que ha ido traspasando el tiempo a través de diferentes recipientes humanos, algo que sugieren los diferentes retratos antiquísimos en el cabecero de la cama. Quizá lo más terrorífico es que nunca sepamos qué es realmente, más allá de su parecido con las brujas o las madres de Argento, lo que empezó a trasladarse a cuerpos más jóvenes en un principio. La posterior visita de Eva es tremendamente siniestra, ya que no solo aparece para comprobar que el plan sigue su curso, sino para conocer mejor el receptáculo de la que será su pareja, tal y como parece que hizo Pilar unos meses antes, según nos deja adivinar la foto en la que aparece con ella, antes de que se completara el primer ritual que vemos al inicio.

Plaza se acaba pareciendo más a Taboada que a Oz Perkins, y su relato de terror de brujería es muy clásico y frontal, destapando todas sus cartas en su primera escena sin tratar de darle vueltas forzadas, con lo que deja que el espectador vaya tres pasos por delante de la protagonista y aumenta la sensación claustrofóbica e inevitable de la pieza. El terror inexorable de la edad se muestra a través de un naturalismo incómodo, con una elegante narración rica en silencios e imágenes especulares, juegos de espejos y simbolismos. Ideas como mostrar un pájaro que acaba enjaulado cuando Susana queda dentro del envoltorio moribundo o las matrioskas que también nos cuentan el secreto de la “digestión” de la propia línea genealógica de la pareja de brujas protagonista durante muchas generaciones, derivan en poderosas estampas de género con una cualidad atemporal. Es cierto que la premisa no es demasiado original, se parece mucho a la de Gramma (1986) de The Twilight Zone, la adaptación de un cuento corto de Stephen King en el que una abuela moribunda que realizaba ritos esotéricos acaba poseyendo a su nieto en una velada de terror dentro de un mismo piso, pero esto tampoco acaba resultando tan importante como la forma en la que se presenta la historia.

El rito de posesión dirigida del cuerpo por hechizos no es nada nuevo y la idea de las parejas de una edad que deciden poseer carnes más tiernas mediante oscuros rituales es casi un tropo del cine de terror sobrenatural que ya encontrábamos en la fantástica The Mephisto Walz (1971) y resulta prácticamente el mismo que vemos en otras obras más recientes como The Skeleton Key (2005), que ya tomaba como inspiración Get Out (2017). Pero en la sencillez de La abuela hay una falta de artificio que hace que su mirada a la decrepitud deje el poso que busca, además de su sutil imaginería de reflejos y tinieblas elevado por el trabajo de las dos actrices, en especial una Vera Valdez que da verdaderos escalofríos y maneja un lenguaje corporal fascinante que rima con la niña Medeiros de Javier Botet. Plaza completa la media naranja de Verónica (2017) creando un dúo de películas de terror en la gran ciudad que se complementan y relacionan, siendo la primera la versión de barrio obrero de una posesión diabólica, mientras en la última junto a Vermut analizan un aquelarre en el barrio de Salamanca, la zona más elitista y próspera de Madrid.

La complicada historia de rodaje interrumpido de La abuela hace que sea imposible no relacionarla con lo ocurrido durante 2020 y las muertes masivas en residencias que pusieron en el foco la vulnerabilidad de los mayores de edad, de tal forma que las imágenes de las noticias de la muerte de todos los ancianos de una residencia dan una ración doble de escalofríos y ratifica el momento relevante de una película así, más allá de la cantidad de estrenos de género relacionados con el edadismo social.

Paco Plaza ha firmado su obra más minimalista y madura, pero también la más enigmática y llena de sugerencia, demostrando que su presencia se hace notar aquí o en una película como Rec 3: génesis (2012) sin que parezca que haya otra persona tras la cámara, conformándose como el autor más fiel, constante e importante del cine de terror europeo actual.

Curiosidades sobre la película

Dentro de poco tendremos algunas curiosidades

Fotogramas