Parece que cada año, el mundo se empeña en empujar con un émbolo de expectativas irreales para que, por alguna parte, aparezca la nueva salvadora del género, la experiencia más terrorífica de nuestras vidas. Y no, Lights Out no es esa película. La idea de que en el formato viral que aporta youtube se esconden los futuros nombres del cine de terror tiene un romanticismo adictivo y tendemos a considerar dichos cortos mejores que todas las películas que la maquinaria de hollywood se encarga en empaquetar y sacar en batería cada año. Quizá el problema esté en el formato. A todos nos parece una idea de justicia divina que esos pequeños autores, tus vecinos y amigos, logren una obra viral que les abra las puertas del cielo cinematográfico. La primera división. ¿Qué pasa cuando resulta que la oportunidad de oro se queda en algo plano y más bien del montón? El sabor de boca tiende a amargar. Sin embargo, si un proyecto como este apareciera de la nada, sin meses de webs mostrándonos el póster del teaser del tráiler, encumbraríamos a Sandberg como un “artesano efectivo al que habrá que prestar atención en el futuro.”
Lo cierto es que el aspecto no es peor ni mejor que el una película estrenada en VOD con todos los honores, dado el presupuesto inferior a un capítulo de muchas series de televisión por cable actuales, resulta encomiable, pese a que no pueda decirse que el conjunto no sufra de falta de valores de producción. Aunque menos quejas, que James Wan conseguía mucho más con menos en su Insidious (2010), que por cierto, sirve de más que inspiración con su escena más famosa, esa silueta oscura de un demonio señalando al niño de la familia. Todas las apariciones de Diana, nuestro ente fotofóbico particular, se basan visualmente, en mayor o menor medida, en ese pequeño y espeluznante pellizco de espanto puro. Y parece que el resto de momentos de la película, el argumento y las pugnas familiares, han salido directamente de los conflictos de la madre-con-problema-mental-marido-muerto-e-hijo-maltratado de The Babadook (2014), llegando al punto de convertir el juego metafórico de aquella en una ‘creature feature’ al uso. Se nota demasiado de que pozos han sacado el petróleo.
Por si quedaba muy obvio, la capa de maquillaje lleva un poco de la historia de Sadako, con un pasado en psiquiátrico y con huesos rotos y enfermedades raras calcado de Fragile (2005). Y si no quedaba suficientemente creepy, hay algunas grabaciones como las de Session 9 (2001) y no uno, sino un par de “momentos arrastre” de esos de los de Rec (2007). Como la cosa va también de terrores infantiles, tenemos los dibujitos con garabatos y siniestros manchurrones negros, las letras con tipografías renqueantes escritas por toda la pared (“sin tele y sin cerveza Homer pierde la cabeza” for life) e incluso una escena con maniquíes (segunda de la semana tras Ghostbusters y tercera del año tras el anuncio de la lotería de navidad). Bueno, y tampoco pasa nada. Todo eso nos gusta. Claro. Y una vez estás en harina, resulta igual de disfrutable. El único requisito es mantener las expectativas en el lugar que corresponde. Su conflicto dramático no es el peor que hemos visto explicando lo que es vivir con un enfermo mental, incluso tiene aspectos subversivos en algunos pasajes familiares, aunque sean un mero trámite para vivir el espectáculo barato de luces, sonidos y saltos de butaca que vamos buscando