Sobre el papel, una película de terror de gran presupuesto, con grandes efectos especiales, ambientación espacial impecable y actores de categoría como Ryan Reynods y Jake Gyllenhaal, prometía un espectáculo de horror y ciencia ficción de primera división. En cierta forma, es una película de terror que intenta alcanzar una nueva categoría, quizá acabar siendo considerada una de esas obras de ciencia ficción “duras” que se alejan tanto de la ignominiosa etiqueta de terror que todavía se sigue asociando a serie b cutre. En consecuencia, Life pasa por una serie de fases de identidad que se revuelven en sí mismas, y pese que no afectan (del todo) al ritmo de la narración, sufre e ciertas inconsistencias tonales a lo largo de su evolución.
Comienza como una de esas películas de ciencia ficción serias, que como Gravity, se preocupan en establecer algunas de las bases científicas de su premisa y resultar realistas dentro de lo que las constricciones de género le permiten. Se nota que a nivel de producción hay una propuesta con intención de cine a otro nivel, sin llegar tampoco a querer ser una película de autor como pretendía Sunshine (2007). Sin embargo, tras la exposición y desarrollo de la trama principal, como la película de Danny Boyle, Life se adentra en el terreno de la serie B totalmente familiar. Tras establecerse en su segundo acto como una de terror espacial como cualquier otra, pasa a convertirse en un exploit elegante de Alien: el octavo pasajero (Alien, 1979), tomando prestadas estructura, estereotipos y algún detalle concreto más.
El resultado queda muy lejos de acercarse a un despropósito pero resulta, en cierto modo, decepcionante pues su prometedor inicio plantea un posible juego de roles entre los personajes, posibles enfrentamientos entre la tripulación, con dos actores de peso con gran capacidad para ofrecer un tour de force excitante en medio de una nave con monstruo. Nada de eso ocurre, por lo que el desaprovechamiento de sus estrellas es bastante inaudito. Imaginen que Ben Affleck vuelve a hacer una película como Phantoms (1998) mañana. Pues esa es la sensación que deja al terminar Life. Esto, por supuesto, no es nada malo. La película funciona como una competente serie B y puede que admita alguna revisión.
Sin embargo, hay una sensación de que la obra tiende a ser más de lo que es y no llega. En medio de la entretenida aventura, en la que los astronautas se las ingenian para ir zafándose del bicho con diferentes estrategias, hay paradas, con música de pianito forzadísima, con algunos pasajes de diálogo que intentan profundizar en los personajes que resultan completamente supérfluos y mal cohesionados con el resto. Algunos, incluso se podrían tachar de ridículos. Pero más bien se nota un poco el parche y descubre un poquillo más la operación general de la propuesta. Esos momentos de “reflexión” de personajes llevan encima un cartel en mayúsculas que dice “inserte su monólogo sentido aquí” y hace que el conjunto pierda consistencia, rompiendo el fantástico ritmo que llevan el resto de escenas de juego del gato y el ratón.
Otro de los elementos que dejan un sabor agridulce es la falta de brío en las escenas “de caza” del protozoo/calamar/cosa protagonista. No esperen muertes a lo The Blob (1988). Toda la violencia tiene potencial de ser grotesca pero se queda en apenas algo de sangre flotante. Ni ácido derritiendo caras ni fluidos alienígenas. El monstruo es sobrio, seco, y educado en la mesa. No mancha nada. Eso puede parecer un detalle sin importancia, pero una de los elementos tradicionalmente habituales en las pelis de bichos mutantes y espacio son las escenas de Body Horror. Ahora es cuando echaréis de menos Prometheus (2012). Y hablando de exploits de Alien, quizá Life tenga más que ver con algunos ejemplos de terror submarino a la sombra de Abyss (1989) como Leviathan (1989) o Profundidad Seis (Deep Star Six, 1989), puede que más con esta última. Principalmente por su juego de cámaras, salas de descompresión, y juego de estrategia constante con el monstruo protagonista, y porque al final, Life transcurre en una estación espacial creíble, en un futuro que podría ser pasado mañana, y no una nave tipo Nostromo en planetas imaginarios. Y ese detalle la alinea más con el paquete de películas de científicos submarinos que con las imitaciones de Alien tradicionales.
Life podría ser el prólogo de terrores astronautas de películas como El experimento del dr. Quatermass (The Quatermass Experiment, 1955) Y toda la saga de imitaciones en las que un astronauta lleva a la tierra una criatura, de Lifeforce (1985) a Species II (1997) pero ni tiene la voluntad de ciencia ficción cósmica de Nigel Kneale ni el factor desprejuiciado de las otras. El elemento más interesante, el extraterrestre en sí, empieza como una prometedora masa devoradora y deja de ser sorprendente cuando se abusa de mostrar su poco original diseño (con una especie de “cara” de malo hecha por sus plieges) y acaba cayendo en la vulgaridad. Pero hay que reconocer que tiene su aquel verle corretear por la estación desde alguna de sus ventanas. Mucho potencial y poca chicha, que acaba en un clímax decente con un final y coda que le da algún punto extra a un conjunto liviano, entretenido y eficaz pero carente de detalles que la eleven sobre el resto de imitaciones de la película de Ridley Scott.