La novela de John Wyndham en la que basa El pueblo de los malditos se llama en su versión original Los cucos de Midwich, porque los niños rubios de ojos brillantes emulan el ciclo de vida de dichos pájaros, algo de lo que parece ser consciente Vivarium desde sus elocuentes títulos de crédito, con imágenes reales de la estrategia de cría de dichos animales. Un punto en común entre la naturaleza y la leyenda del intercambio, que no le debe ser ajena al director de la película, Lorcan Finnegan, de origen irlandés. El director de Without Name, el estupendo film de horror psicológico, se una junto al escritor Garret Shanley y se fija en esos referentes para crear un purgatorio inexplicable para una pareja, atrapada financiera y emocionalmente en un barrio aparentemente perfecto. El director explica en «filminquiry» que lo que le llevó a esta historia fue poder tratar «temas sobre la atomización de la sociedad, el capitalismo, el consumismo, la codicia, cosas que tocamos en el corto Foxes que quisimos expandir en un formato de cine. Así que Garret y yo comenzamos a escribir Vivarium en 2012 probablemente. Fue una especie de mezcla de esas ideas más un interesante documental sobre el ciclo de vida del cuco europeo con David Attenborough».
Vivarium llega en muchos países al mismo tiempo que The Art of Self Defense de Riley Stearns, que también viene protagonizada por Imogen Poots y Jesse Eisenberg, de nuevo como una pareja joven en su primera casa. «Seleccioné a Imogen y no fue hasta un poco más tarde que contactamos a Jesse Eisenberg por sugerencia suya, que acababa de rodar con él, así que es extraño. Es genial tenerlos juntos de nuevo. He visto la película y es genial, -pero es la película de Jesse, mientras Vivarium es la película de Imogen», continúa Finnegan, que para su película hace una mezcla de géneros particular con la que trata de alejarse con algunas comparaciones con los episodios más existenciales de la serie Black Mirror. «Buscamos un tono cercano al de The Twilight Zone y las películas de ciencia ficción de los 70. El cine de Roy Andersson y artistas de la luz como Olafur Eliasson, que tenía un proyecto meteorológico en el Tate con un sol gigante falso, la fotografía repetitiva de Andreas Gursky, Escher y El imperio de la luz de Magritte, que estaba directamente en el guion, así que diseñamos partes para que parecieran su pintura, especialmente el aspecto surrealista e irreal. También Hay una película de Hiroshi Teshigahara, llamada La mujer de la arena que más que una influencia estética, es esquemática».
Vidas enlatadas, suburbia postiza
Vivarium, lleva las pistas en su propio nombre y nos muestra la vida desde un lugar creado al efecto, donde las vidas de sus habitantes son controladas y donde hay una imagen de felicidad artificial como otras ficciones previas que incluen El prisionero (1967), en la que un antiguo agente secreto despierta en una habitación de un misterioso pueblo conocido como La Villa, en el que no existe escapatoria alguna. El Show de Truman (1998), estrenada en plena explosión de los reality shows, con un Jim Carrey criado en un pueblo burbuja referenciaba directamente la serie anterior en una distopía que ahora resulta demasiado plausible para serlo. Pleasantville (1999) daba otra vuelta al mismo concepto de Truman, el pueblo idílico americano de los 50 como una pesadilla amable en donde la perfección es una vida en blanco y negro, que se trasladó directamente lo que proponía Fido (2016), un postapocalipsis zombie que bebía de Romero idealizado en una zona segura, hecha a la medida de una Norteamérica de los cincuenta, que esconde una realidad de cristal.
El infierno no son los otros
Tom y Gemma (Jesse Eisenberg e Imogen Poots) están buscando el hogar perfecto. Cuando un extraño agente inmobiliario (Jonathan Aris) los lleva a Yonder, un misterioso vecindario suburbano de casas idénticas, Tom y Gemma no ven más que ventajas y sueños hechos realidad. Pero cuando intentan salir del complejo residencial lleno de viviendas idénticas se ven en un laberinto en el que cada camino los lleva de regreso a donde comenzaron. Pronto, se dan cuenta de que su búsqueda de una casa ideal los ha sumido en una pesadilla aterradora y claustrofóbica, en la que lo peor está por venir, cuando la idea de familia se replique de forma perversamente irónica.
Vivarium propone una opresiva sátira kafkiana que sintetiza nuestro ciclo social dejando en evidencia la programación replicable de las familias occidentales. Para ello, Finnegan describe a una pareja vivaracha y diferente, condenada a hacer una vida monótona, anodina y gris, supuestamente idealizada por los estándares sociales, en un barrio de las afueras idílico. Un subtexto poco sutil que juega con la sátira y el humor reflejando el vacío de todo a lo que aspiramos drenando el contexto y dejando en evidencia que cualquiera puede convertirse en una fotocopia más. Aunque a la hora de referirse al cine fantástico parezca ya una frase hecha, efectivamente, el film parece un episodio de The Twilight Zone estilizado, La transformación de una vida perfecta en condena se asimila cínica cuando no acaba de rematar las implicaciones políticas de su supuesto y a veces tiende a un bucle que lastra su segundo acto, donde su exposición de la rutina y la claustrofobia llega a hacerse tan tediosa para el espectador como para los protagonistas. Una fantasía en la que destaca la siempre divina Imogen Poots —premio a mejor actriz del festival de Sitges 2019—, detalles como el uso de The Specials en la banda sonora, y que mejora siempre que rompe sus marcos dejando irse hacia el terror más experimental y progresivo, con fugas hacia el horror alucinógeno, que dejará huella por la naturaleza subversiva de la propuesta.