Aunque ahora mismo no salgamos corriendo hacia los bosques o a nuestra caverna cuando experimentamos la sensación de amenaza, la respuesta del miedo tiene la misma validez ahora. En vez de huir de un animal salvaje y cabreado, ahora evitamos callejones solitarios por la noche. Una decisión de supervivencia basada en un miedo racional que sirve para protegernos. Nuestro miedo no ha cambiado. Cambian los estímulos, los peligros.
Por esta misma causa los seres humanos tenemos la capacidad de anticipación. Prevemos cosas potencialmente peligrosas, cosas terribles y temibles. Lo que oímos, lo que leemos, la información que vamos recibiendo, nos sirve para ponernos en guardia. Por eso, aunque nunca hayamos subido a un avión, la primera vez, al sentarnos ahí tenemos algo de tembleque y nos agarramos a los reposabrazos con sudor en las palmas. Estamos experimentando un estímulo por anticipación por que sabemos que lo que sube, puede caer. Tenemos el miedo, o una porción de este, que tendríamos si estuviéramos experimentado el problema que tanto tememos.
Qué ocurre en nuestro cuerpo al sentir miedo
Estás solo en casa, la casa en silencio y, de pronto, una puerta de la casa se cierra sola dando un portazo. Boom. Músculos rígidos, respiración acelerada y el corazón latiendo a mucha más velocidad. Tu cuerpo ha reaccionado ante la posibilidad de que alguien que no conoces esté en la casa con malas intenciones. Se ha producido la reacción de “lucha o huida” o respuesta de estrés agudo. Nuestro cerebro posee la capacidad de crear reacciones de pensamiento y acción pero otras reacciones, como el miedo, son automáticas, funcionan de forma autónoma. La mayor parte de los procesos del miedo tienen lugar en zonas concretas del cerebro como el hipotálamo, el hipocampo y la amígdala cerebral.
El proceso del miedo comienza con un estímulo. Un perro enfadado ladrándonos demasiado cerca, por ejemplo. La respuesta a ese estímulo acaba en la reacción de “lucha o huída”. Por el camino pueden pasar dos cosas: o directamente hay una conexión con la amígdala, un camino corto, o bien el estímulo pasa al córtex y al hipocampo y de ahí a la amígdala, que en ambos casos llama al timbre del hipotálamo. La diferencia es que el camino corto nos hace reaccionar directamente ante el ladrido del perro haciéndonos pensar que nos va a atacar, el camino largo, sin embargo, procesa la respuesta tras considerar posibilidades como ¿está atado? ¿está con su dueño? ¿está jugando?
En el caso de que el miedo esté justificado, se produce la reacción de “lucha o huída”. El hipotálamo llama al sistema nervioso simpático, este comienza una reacción en cadena. El cuerpo se acelera y se pone alerta, los músculos lisos se ponen en guardia, se activan médula adrenal que emite adrenalina y noradrenalina, las hormonas del estrés, que al ser emitidas al torrente sanguíneo, aumentan la presión arterial y la frecuencia de los latidos del corazón. Mientras tanto, el sistema endocrino suelta un cóctel de hasta 30 hormonas que también ayudan a que el sistema circulatorio se ponga a toda velocidad.
Las pupilas se dilatan para captar el máximo de luz, los vasos de la piel se contraen para enviar el máximo de sangre posible a los músculos, con lo que la piel queda sin el líquido que la mantiene a la misma temperatura, dando esa sensación de escalofríos que todos conocemos. También suben los niveles de glucosa, que junto a la adrenalina hace que los músculos tengan la energía necesaria para contraerse a la vez, incluyendo lo pequeños músculos asociados a cada pelito de la piel, que al tensarse fuerzan de tal forma a esos pelos que se llevan una parte de piel hacia arriba, creando lo que conocemos como carne de gallina.
Mientras, los músculos del pulmón se relajan para dejar captar el máximo de oxígeno posible al inspirar, los sistemas digestivo e inmune se “desconectan” para no malgastar energía que pueden aprovechar todas estas funciones de emergencia que estamos activando y el cerebro no será capaz de realizar pequeñas tareas, al estar centrado en un plan mayor. Todas estas reacciones te preparan para reaccionar ante un peligro con efectividad, ya sea, correr a toda velocidad del peligro con toda la potencia posible o bien luchas contra ese peligro plenamente activado y acelerado.
Por qué tanta gente se divierte pasando miedo
Si te gustan las películas de terror, los trenes de la bruja o incluso las atracciones extremas sabes que el miedo también puede ser excitante, atractivo. La respuesta de “lucha o huída” también puede ser placentera y esa sensación está muy relacionada incluso con la excitación sexual. No es casualidad que las primeras citas puedan tener lugar en un parque de atracciones, subidos a una montaña rusa o yendo juntos a ver una de terror. Hay evidencias científicas que relacionan la atracción por el miedo.
Normalmente, las personas con un sistema eficiente de dopamina y recompensa en el cerebro (el sistema por el que recibimos sensaciones placenteras y hace que queramos repetir uno o más comportamientos) suelen recibirla sensación de que pasar miedo en un lugar seguro es una fuente de diversión y hace sentir bien. Por otra parte es un refuerzo de la confianza, ya que si conseguimos pasar por una experiencia terrorífica, nos sentiremos más fuertes y capaces.
Ver una película de terror, por ejemplo, puede compararse a hacer algunos deportes extremos. La inyección de adrenalina en el organismo provoca una sensación similar. Pero a algunas personas le gusta más que a otras, dependiendo de si cerebro consigue interpretar todas las reacciones fisiológicas como “diversión” o sigue codificándolo como “peligro”. En cualquier caso, ese miedo inducido ha servido durante generaciones para crear sensaciones de comunidad, compartir esa experiencia en grupo, es una herencia social genética y cultural.