David F. Sandberg dirige con destreza otra historia de la muñeca diabólica guionizada por Gary Dauberman, quien pone sobre la mesa todos los hallazgos del universo Conjuring y mejora mucho su anterior entrega, aunque muestre los primeros signos del agotamiento de un estilo que Warner no parece planear cambiar para cuando sus neumáticos queden desgastados.
2019
7
7/10
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Ocurre en cada explosión de un estilo. Sucedió con el slasher de los ochenta y el de los noventa, con la saga A Nightmare on Elm Street
o el torture porn, el cine zombie y la tendencia a hacer remakes de los clásicos de los setenta en los años 2000.
Todo tiene ciclos que disfrutamos, que nos sorprenden y que llegan a su punto álgido en algún momento. Esta etapa dominada por el cine espectral, el gótico satánico con sustos e imaginería católica corrompida por los demonios, podría tener su inicio en The Exorcism of Emily Rose (2005) y Dead Silence (2007) y ha ido tomando forma desde que el director de esta última, James Wan, terminó de definirlo con el factor poltergeist de Paranormal Activity (2007) en su Insidious (2010). El momento álgido de esta tendencia es el espectacular combo de películas de Expediente Warren pero el universo que ha ido creando Warner a su alrededor es otro cantar.

Si The Nun (2018) era un desvergonzado tributo al cine de terror italiano de los 80 y la Hammer, envuelto en una historia sin suspense pero, al fin y al cabo, divertida, la primera Annabelle (2014) fue un intento lacustre de recrear el cine de terror sesentero, con ecos de Rosemary’s Baby (1968) y The Omen (1976). Toda la saga parece servir como block de dibujo para distintos estilos, que al final se acaban filtrando por los códigos de las películas de Wan. Escenas diseñadas para crear sustos que dependen de quien esté tras la cámara para que no resulte un viaje de una sola papeleta. En esta segunda parte hay un esmero más apreciable en crear un producto más sólido visualmente, y una retirada hacia lo seguro, a lo que una vez funcionó, una vuelta con todos los trucos, precisamente de la primera The Conjuring. Por una
parte tenemos un buen uso de la profundidad de campo para aprovechar una misma localización, esa casa de dos pisos llena de paredes de papel pintado y tonos ocres sobre una paleta de sepias. Por otra, tenemos una repetición de elementos reconocibles de su original recreados de forma automática, sin vergüenza ni cohibición. Así, en vez de tener una familia con mayoría de niñas tenemos una monja que se ocupa de un montón de huérfanas. Cambiamos las canciones de época y tenemos un barrido de las habitaciones de la casa con cámara flotante exactamente igual que el que nos mostraba Wan para plantear la geografía de su campo de juegos.

Sin embargo, Sandberg no tiene tanta intención de que memoricemos los espacios en dónde va a establecerse el suspense, pero sí parece interesado en hacer movimientos de cámara creativos entre los distintos escenarios en donde, en más de una ocasión, los distintos personajes aparecen al mismo tiempo. Dicho esto, es agradable ver los puntos de conexión de la
historia de la muñeca con las otras películas de la saga, tanto la primera
parte como con el nuevo spin-off de Expediente Warren 2: El caso Enfield (The Conjuring 2, 2016). Una pequeña referencia sirve como secuencia post-créditos al estilo Marvel para The Nun. Un buen ejemplo del mismo caso lo tenemos en Ouija: origin of Evil (2016), que también mejoraba su original aunque hacía más esfuerzos por salir del molde Blumhouse. Y el mejor ejemplo era aquella secuencia en la que la protagonista, la misma niña que actúa aquí, poseída, amenazaba a un personaje sin más efectos que el silencio de la banda sonora y un zoom acercándose a su cara.

Sin embargo, pese a las virtudes visuales, Annabelle: Creation acusa demasiado la dependencia del asalariado de Warner, Gary Dauberman, con los éxitos de la casa y parece empeñado, con sus limitaciones, en querer convertir estas películas en caricaturas de sí mismas. Y es que si
bien los sustos funcionan y entretienen, la concepción es laxa en su fondo y su argumento lucha por irse haciendo hueco, más allá de la línea conectiva de sus diferentes escenas de terror, hilvanadas siempre por el interés de cada secuencia autocontenida. Por otra parte, la película es sorprendentemente efectiva en algunas de dichas escenas gracias a la concepción de Sandberg, que tiene algunos trucos debajo de la manga y muestra su experiencia en el terreno del corto. Su buen uso de las panorámicas, de la luz del día y la noche exterior e interior le confieren un sabor propio que funciona por localización. Cobertizos en los que se ocultan diablos —una pena que cierta entidad se muestre tanto y de forma tan desigual con el resto de imaginario—, ataques, vueltas de tuerca, una gran conexión con la primera, que aquella no se merece, y la situación comodín de la propia muñeca, que no es más que un catalizador de espectros, demonios y seres infernales, hace que el valor de revisionado sea inusualmente rico en este tipo de producciones.

El resultado es un buen compendio de lo que tenía que ofrecer el horror religioso de Warner, sin perder efectividad pero dejando la sensación tras cada paso de que lo que hemos visto es el último cartucho, un último buen eco de un tipo de películas cuyo momento está cerca de acabar aburriendo por acumulación. Su gallina de los huevos de oro ha tenido momentos en los que marcaba el patrón, ahora sigue lo que ellos mismos han ayudado a escribir repasando la línea y sin salirse del trazo, pero al menos en esta entrega se ha descubierto a una voz con pasión por el fantástico puro y el terror. Sandberg no pierde ocasión para cocer un American Gothic fantástico lleno de imaginería profana, algunos momentos atrevidos—incluso gore— y sin conmiseración con los personajes, llevando la historia a una espiral de oscuridad que la emparentan con alguna secuela nunca realizada de Amityville, mucho
más sólida que las que realmente existen.

Curiosidades sobre la película

Dentro de poco tendremos algunas curiosidades

Trailer

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