El exorcismo como rito religioso, principalmente el católico, se ha pergeñado como subgénero propio en el cine de terror. Son incontables las múltiples variaciones del mismo protocolo. Chica joven, normalmente una preadolescente a la que algún demonio se le mete dentro; comienza a decir guarrerías, escupir flemas y retorcerse. El momento cumbre de todas ellas es cuando el típico cura con problemillas de fe termina sacando al habitante del averno con mucha agua bendita y un recital de poemas de San Juan a los corintios. Luego ya tienes las variaciones en las que no se tiene claro si la niña tiene o no el diablo dentro, posesiones simultáneas etc…
El demonio, de 1963, pertenecería a ese subgénero dentro del subgénero en el que la ambigüedad sobre la posesión esta siempre presente. Sin embargo, es la primera que utiliza el rito católico del exorcismo que todos conocemos sobre una chica que, supuestamente, lleva al maligno en su interior. No es la primera vez que alguien hacía regurgitar a los demonios en pantalla. El mismísimo Jesús fue el primer exorcista del cine, con sus heroicas expulsiones en ‘Del pesebre a la Cruz’ de 1912 o el ‘Rey de reyes’ de Cecil B. Demille en 1927. Sin embargo, el primer arco argumental de “posesión y exorcismo” aparece en Der Dybbuk (1937), en la que se expulsa a un espíritu maléfico de tradición hebrea mediante un rito Yiddish.
Dirigida por Brunello Rondi y ganadora de un Oso de oro en Berlín, El demonio no es una película de terror al uso. Es más bien un drama rural oscuro y trágico con ribetes fantásticos que está rodado como una película de terror. Una atmósfera opresiva, asfixiante, con una banda sonora inquietante y atípica, coronada por una fotografía en blanco y negro a medio camino del neorrealismo y Bergman. La historia de amor no correspondido de Puri, una chica de un pueblo de la Italia profunda, la lleva a la locura y a la práctica de brujería, de tal forma que se crea ambigüedad sobre la enfermedad de la chica y la subsiguiente posesión demoníaca ¿Es real o sólo fruto de su enajenación?
El tono cuasidocumental con el que se aborda el tema de la brujería recuerda al documental fundacional sobre el tema, Haxän, y refuerza la visión realista del problema mental de Puri. Se atribuye su posesión a la autosugestión, supersticiones e ignorancia. Pero durante la presentación de acontecimientos traslada la pelota al tejado de lo sobrenatural, colocando algunas pistas, juegos de montaje y sucesos inexplicables para infectar también al espectador con el posible hecho demoníaco, jugando sus cartas al estilo de Val Newton, donde las posibilidades siempre acaban siendo ambivalentes.
El ambiente de desgracia inminente, mantiene la tensión emocional durante el martirio de la protagonista. La joven, cuya condición no es extraña entre los habitantes del pueblo, es muy atractiva y no dudan en tratarla cruelmente e incluso abusar de ella. Un poso de amargura rural más común a nuestros retratos de la Castilla profunda de Delibes que a tratados de demonología. Pese a adelantarse diez años a la novela de William Peter Blatty, podría ser su opuesta en intenciones, siendo más comparable a variaciones del tema posteriores como El exorcismo de Emily Rose (2005) o Réquiem (2006)
Daliah Lavi ya había sido la musa de Mario Bava en La fusta y el cuerpo tan sólo un año antes. Una historia de amor dominante y fantasmas sadomasoquistas que comparte el motivo de la represión sexual. Rondi conduce la trama hasta un convento en el que intentan curar a Puri, que parece más bien víctima de sus impulsos o de la imposibilidad del pueblo de aceptarla como es. El tramo junto a las monjas recuerda al mismo tema de represión de Narciso negro, en la que también una monja terminaba enajenada, quizá poseída o vencida por su propia incapacidad de aceptarse como ente sexual.
La crítica al atraso social e ideológico de muchas comunidades aisladas del Sur rima con Angustia de silencio de Fulci, y la obra de Pupi Avati quien conjugaba la superstición arraigada con el catolicismo en el incomparable marco de la Italia profunda, con su estrechez de miras y ritos endogámicos. Por eso, los ritos de exorcismo se ponen al mismo nivel que los métodos de curandero. Con todo, la ceremonia en la iglesia es el núcleo central de la película, la parte más espectacular, copiada por Friedkin y todas las que vendrían más adelante.
El cura presiona a la muchacha con la cruz. La posesa repudia la reliquia. Se le pregunta el nombre al demonio e incluso entra en un trance en el que habla en un idioma que no conoce. Todos los referentes que seguimos viendo en películas y éxitos de cine de terror reciente como Expediente Warren ya estaban aquí. La imagen más icónica y el nexo más claro con El exorcista es el momento en el que Puri anda a cuatro patas y boca abajo, el caminar de la araña. Un síntoma de endemoniada que Regan repetía bajando las escaleras en el clásico satánico, aunque sólo se pudo ver en el montaje del director, veinte años después de su estreno.