Robert Eggers irrumpió en la escena del cine independiente con «La Bruja», una película de terror ambientada en la América precolonial que despuntó en Sundance para triunfar entre el público un año después. Su nueva película es igualmente excéntrica, y mantiene a obsesión del director por reflejar la época en la que se ambienta de forma obsesivo compulsiva mientras trata de desafiar convenciones de género.
2019
/10
The Lighthouse (2)

Poco después de empezar a escribir el cuento El faro, Edgar Allan Poe falleció sin poder completarlo. Posteriormente, Robert Bloch terminaría el relato sobre un noble que acepta un trabajo guardando un faro y decide invocar psíquicamente a un compañero para evitar la soledad. Ignoro si Robert Eggers tuvo en cuenta este texto para preparar su nueva película, pero desde luego sí que utiliza conscientemente el relato El corazón delator como parte de las evocaciones culteranas que se suceden en su obra. Sin embargo, el que estuviera detrás de La bruja partió de «una historia real, sobre dos fareros, ambos llamados Thomas, que quedan varados en su estación y uno de ellos muere. Sucedió, en Gales, en la primera parte del siglo XIX. A dualidad del nombre me inspiró ciertas ideas sobre identidad, y como se puede llevar a algunos lugares extraños y oscuros», comenta a «Vox.com» Robert Eggers.

El emplazamiento de un faro solitario ha sido un favorito para los directores de cine gótico y de terror desde la serie b de Tormented (1960), un relato de crimen conyugal con venganza fantasmal que podría haber salido de las páginas de un tebeo de la EC, aunque en su ejecución resulta más camp que terrorífico. Más oscura y retorcida es Tower of Evil (1972), un poco conocido precedente del slasher lleno de atmósfera, sangre y piel desnuda, que transcurre en una isla con un faro con narración de flashbacks. Lighthouse (1999) es otra olvidada joya de los noventa en la que un peligroso asesino queda libre en un islote con faro tras un accidente del barco que le transporta. Pero quizá la película más interesante para comparar con la de Eggers es The Lighthouse (2016), que se basa en la misma historia real de dos fareros aislados por tormentas y bajos en provisiones y cómo estas condiciones les llevaron a la locura y muerte. Un enfoque más lovecraftiano lo ofreció La piel fría (2017), aunque en el fondo también tenía un enfrentamiento entre dos hombres y sexo con anfibios. Recientemente, Shepherd (2021) ofrece una visión muy diferente del mismo relato, con un solo hombre en un faro enfrentándose a sus demonios.

 

Después del éxito de la bruja, parecía que el siguiente proyecto de Eggers iba a ser un nuevo remake de Nosferatu, pero por razones que se desconocen cambió su plan de trabajo anunciando El faro, que, irónicamente, está protagonizada por un actor que debe su fama a un papel de vampiro, Robert Pattinson, y otro que ha interpretado al actor que hizo del conde Orlok en La sombra del vampiro, Willem Dafoe. Además, el aspecto visual de la película le ha ganado comparaciones con Dreyer y el cine del expresionismo alemán. «Antes de escribir nada, ya sabía que quería rodar con negativo en blanco y negro. Decidimos usar un filtro que la hiciera parecer una película ortocromática», continúa Eggers. El director, conocido por su obsesiva atención al detalle, y sus investigaciones del periodo y el folklore de sus films de época, ha saturado su obra de contenido con «motivos mitológicos y simbolismo del que los personajes no son conscientes. Pero el trabajo de artistas como Jean Delville, Sasha Schneider, Arnold Böcklin y otros influyeron en los seres que aparecen y en cómo lidiamos con la imagen final de la película».                

 

Proteo y Prometeo

En la década de 1890, dos fareros (Willem Dafoe y Robert Pattinson) afrontan un turno de cuatro semanas juntos en una remota y misteriosa isla de la costa de Nueva Inglaterra. Deberán de ir lidiando con sus propias costumbres mientras hacen sus trabajos del día a día y cenan cada noche acompañados de licores. Pronto, quedan atrapados y aislados debido a una tormenta aparentemente sin fin, se enzarzan en una creciente escalada de enfrentamientos a medida que se fraguan tensiones entre ambos y unas misteriosas fuerzas, reales o imaginarias, parecen apoderarse de ellos cuando combaten la constante tentación de dejarse arrastrar por la locura.

El punto de partida de El faro podría tener mucho que ver con filmes de terror de hombres volviéndose locos (y con cosas que ocultar) en lugares de trabajo apartados como Session 9 (2001), pero, pese a que utiliza decenas de recursos del género en sus holguras estéticas, no hay ninguna intención de provocar inquietud o tensión, sino explorar la relación de dos personajes con secretos y dibujar la iconografía de mitos y leyendas marinos que nunca llegan a provocar duda de ser reales. Su estética tenebrista (que no expresionista) y ambientación histórica es impecable y dota a la película de un carácter visual innegable. Eggers es claro al mostrar la ilustración de la psicosis como algo pictórico y prefiere ahondar en la caricatura burda del lobo de mar de un entregado Dafoe, a base de pedos y gags escatológicos que no cuajan con el tono gótico de la exploración de la culpa, o las atmosféricas partes oníricas que parecen insertadas a la buena de Dios.

«No pasa nada bueno cuando dos hombres quedan atrapados en un falo gigante» comenta Eggers en sus entrevistas, dejando claro que, además de incluir a la fuerza simbologías arbitrarias como el mito de Prometeo —que tiene un sentido ajeno al sustrato del personaje de Pattinson—, plantea los sobados subtextos homoeróticos, de dominación y masculinidad tóxica en el relato de dos hombres encerrados. No se puede negarle a El faro su milimétrico trabajo de recreación de una iconografía asociada a las leyendas populares, pero su obsesión realista choca de lleno con su voluntad de crear un tejido quimérico en el que conjugar la testosterona con el folklore, la aliteración de referentes con la reflexión o la elegancia con la grosería bufa, autoindulgencia y escatológica pueril que tiende a confundirse con humor y su vacuidad con subtexto. La música arrea al espectador y su cúmulo de situaciones forzadas o diálogos de caricatura, como la histriónica ristra de insultos del personaje de Dafoe, olvidan por el camino dirigir el interés del espectador en los conflictos que plantea, sin convicción alguna, con más audacia en la provocación hueca que en la narración.

Curiosidades sobre la película

Dentro de poco tendremos algunas curiosidades

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